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Post-itJorge Sanz Casillas

Abascal ante el juez

Quienes amenazan con denunciarlo son casi los mismos que quisieron demandar al ABC por publicar que la tesis de Sánchez era una filfa... y la denuncia aún no ha llegado

En la tercera película de Batman que dirigió Christopher Nolan (justo antes de alumbrar Interestellar) los malos se hacen con el control de la ciudad y empiezan a juzgar a los ricos y a los poderosos, a quienes han declarado la guerra casi con el mismo encono que Podemos antes de comprobar que con el dinero de todos se vive mucho mejor. En ese tribunal, un hombre de pelo negro (como Bolaños) deliberadamente despeinado (como Bolaños) y con gafas (como Bolaños) imparte justicia dando a elegir a los acusados entre la muerte o el exilio, que consiste en abandonar la ciudad cruzando un lago helado a sabiendas de que este cederá bajo sus pies y morirán ahogados o, en su defecto, por frío.

Al tribunal termina llegando el viejo comisario de la ciudad, un hombre valeroso de apellido Gordon. Detenido como representante de la autoridad anterior, se niega a caminar sobre el hielo y elige «muerte», a lo que el juez responde: «Está bien: que sea muerte… pero por exilio».

A Santiago Abascal lo quiere juzgar el PSOE, aunque en principio con muchas más garantías que los malos de Batman. Sus inquisidores se conforman con la pena de Telediario, pues quienes amenazan con denunciarlo saben que no hay nada y son casi los mismos que quisieron demandar al ABC por publicar que la tesis de Sánchez era una filfa... y la denuncia aún no ha llegado.

Le imputa Patxi López (y quienes le escriben los papeles para que los lea) un delito de odio. Cabe decir en primer lugar que ese delito no existe. Existiría en todo caso el de incitación al odio, que es imputable a quienes «públicamente fomenten, promuevan o inciten directa o indirectamente al odio, hostilidad (...) o violencia contra un grupo, una parte del mismo o contra una persona determinada por razón de su pertenencia a aquél, por motivos racistas, antisemitas u otros referentes a la ideología, religión o creencias, situación familiar». Además, según indica el Tribunal Supremo, «el autor debe seleccionar a sus víctimas (...) dentro de los colectivos vulnerables a los que alude la norma».

Salvo que consideremos al PSOE un colectivo vulnerable –aunque sí lo es cuando se pone al teléfono Carles Puigdemont– convendremos en que no tienen mucho que hacer contra Santiago Abascal. El presidente de Vox eligió mal el tono y contribuyó a desviar el foco de lo importante, pero no parece que haya delinquido. O al menos nunca tanto como a los que quieren amnistiar.