Pedro Sánchez, un Pepe Botella
Lo ha logrado: ha incendiado Cataluña, el País Vasco y Navarra y ahora va a por el resto de España
La convivencia según Sánchez es mentarle el III Reich a Manfred Weber, el sensato dirigente alemán, para enseñarle cómo lucha él a la vez contra Franco y contra Hitler, que se le acumula el trabajo.
Y dejarse escupir en directo por Puigdemont, con toda Europa mirando y los perros aullando de placer o de vergüenza. Y regalarle Pamplona a Otegi, que es lo mismo que darle Constantinopla a los turcos: no les pidas luego que miren a Roma, teniendo tan cerca su Meca abertzale.
Nos falta por saber ahora qué tiene entre manos con Marruecos, aunque el modus operandi de Sánchez da pistas: con Junts se reúne a escondidas en Suiza; con Batasuna 2.0 esconde los pactos de investidura hasta que le asoma Pamplona por el pantalón bajado; así que con Rabat cabe esperar lo peor para Ceuta, Melilla y tal vez Canarias, una vez hecho el siniestro ensayo a hurtadillas con el Sáhara.
Así que la pacificación era esto: enterrar la reconciliación del 78, renunciar a la Transición, transformar los Pactos de Moncloa en los Chanchullos de Ginebra, levantarle un muro a la España constitucional y excavar una inmensa trinchera desde la que disparar al gentío, codo con codo con quienes le ayudan por lo mismo que Stalin a Roosevelt y Churchill: para, terminada esa guerra, anexionarse media Europa e instalar un Telón de Acero, en este caso prologado por un felpudo sanchista.
Al incendio en Cataluña, que se resume en la vitoria de prófugos y golpistas y la criminalización de los pobres constitucionalistas, se le añade la epidemia de fuegos desatados por un pirómano disfrazado de bombero, ya a duras penas.
Hay otro foco en el País Vasco, que permite la consolidación de un paraíso fiscal similar al de las Islas Caimán y ayuda a los etarras a salir pronto de la cárcel, porque el lobo siempre vuelve a casa por Navidad. Es solo el primer pago del rescate de Sánchez, secuestrado por Otegi a plena luz del día sin consecuencias penales: el siguiente será algo parecido a un referéndum de independencia como el de Puigdemont.
Y a la vez la anexión de Navarra, que ya está en marcha: allí gobierna una perdedora contumaz, la socialista María Chivite, que parece del PNV y no sale de la ikastola, la ikurriña y el vascuence; aunque sean para los navarros lo mismo que el mandarín para un finlandés.
Y ahora se suma Pamplona, con 13 de las 42 crímenes de ETA aún sin aclarar y nuevo alcalde batasuno dispuesto, ya verán, a ponerle un busto en la Estafeta en recuerdo de sus verdugos, con los célebres payasos abertzales cantando con los niños en favor de la liberación de cada matarife.
El último fuego de Sánchez es el peor, a falta de novedades de Mohamed VI, encargado de explicarle a los españoles, cuando se le ponga en el turbante, qué va a ser de esa parte de España que Sánchez parece dispuesto a intercambiar por un poco de discreción en todo lo referente a su teléfono móvil.
Y es que Pedrito I de Pozuelo y V de Gaza ha logrado incendiar toda España, en una reacción que consideraba imposible gracias al cloroformo mediático que le pone a la vida su ejército de tertulianos y voceros del Régimen. Pero resulta que no. Y cuando un país se ve atacado, especialmente desde dentro, termina reaccionando como mejor puede.
No seré yo quien deje de defender que lo haga desde la democracia, el derecho, las instituciones, la Justicia, Europa y la protesta pacífica, que son de acción más lenta pero también más confiables, pero entiendo perfectamente ya a quienes, al ver el careto de Sánchez, se les aparece el fantasma de José Bonaparte, nuestro amado Pepe Botella.