Contra Ayuso
La presidenta madrileña ha sido, es y será la gran obsesión personal del delirante Sánchez
La legislatura acaba de comenzar, aunque se haga ya una eternidad viendo sus primeros pasos: todos en dirección a Ginebra o a Waterloo, con Sánchez haciendo un poco de Pétain en el Régimen de Vichy: el separatismo le tiene tan invadido como Alemania a Francia en la Segunda Guerra Mundial; y él hace como que gobierna y nosotros como que nos dejamos gobernar.
Pero en tan poco tiempo algo ha quedado claro, aparte de la hegemonía de Puigdemont y de Otegi, que son los dos que mandan de verdad: el gran enemigo de Sánchez es Isabel Díaz Ayuso, por quien sufre una aguda manía persecutoria visible incluso en su investidura.
Allí denigró a la presidenta madrileña y a su familia, extendiendo de nuevo una acusación falsa de corrupción que la Justicia, en España y en Europa, ya había desmontado. Esta insidia pública, en sede parlamentaria, debió merecer la reprobación de todo observador honesto, pero pasó inadvertida al lado de la respuesta hortofrutícola de la aludida.
Y así descubrimos que, en Sanchistán, se va a dedicar más tiempo a leerle los labios a Ayuso cuando murmura en privado que a replicar las barbaridades sonoras que suelte el Patrón en el Congreso: él puede injuriar, mentir, tapar y despreciar todo lo que se mueve, con el BOE a su lado por si hay que pasar a la acción. Pero ojo si tú murmuras que menudo hijo de fruta.
Sánchez le envió así una cabeza de caballo a Ayuso como la que Puigdemont le ha remitido a él. Es una advertencia y una amenaza de lo que va a caerle encima a la presidenta madrileña, que es una obsesión para Sánchez: no le importa ya que no gobierne el PSOE, ni siquiera que lo haga el PP; pero no soporta que lo haga una chulapa capaz de enviarlo a él a escardar cebollinos con el níspero entre las piernas.
Ayuso es algo personal para Sánchez que supera lo meramente político o institucional: es el coyote persiguiendo al Correcaminos, con una caja de dinamita que siempre le acaba explotando en los hocicos.
Acusarla en falso en el Congreso, excluirla del estreno de una nueva línea del AVE con origen en Madrid o achucharle a Óscar Trinchera con las Cercanías son los tres gestos de Sánchez hacia Ayuso en apenas dos semanas, como prólogo de una de las guerras más sucias, feroces y cutres que veremos en los próximos meses, con la inestimable ayuda de los sindicatos y las mareas del Movimiento, que siempre saltan cuando toca el pito su señorito.
Sánchez, en fin, trata a Madrid como Hitler a París, buscando alguien que la destruya si no puede ser suya. Eso le pidió el tarado nazi al comandante Dietrich von Choltitz cuando vio que los aliados iban a reconquistar la Francia ocupada. Y aunque no lo hizo, no está claro si por decencia o por incapacidad, las órdenes permanecen grabadas a fuego como ejemplo máximo del delirio de un líder desquiciado.
No me pregunten por qué, pero cuando recuerdo esta pequeña historia siempre me asalta la imagen de Sánchez. Y no se me pasa hasta que me tomo una pieza de fruta.