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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

La jerga progresista

Sánchez merece un sillón en la Academia. Ya encontrará algún negro o negra que escriba su discurso.

Las palabras no reflejan el mundo. Inventan un mundo a la medida de quien las impone. No hay batalla por el poder –en cualquiera de sus formas– que no pase a través de específicas ficciones de lenguaje: merced a ellas, los esclavos se ufanarán de ser libres. Aceptar un lenguaje, un léxico, una sintaxis dados es ya tener perdida la partida frente al enjambre institucional que impone su evidencia. La política moderna es el arte de acotar la lengua. Amputándola, lo más comúnmente. Y amputando, con ella, a quienes la hablan. Las palabras, enseñaban los personajes de Lewis Carroll, no significan lo que significan. Significan lo que desea aquel cuyo mando las dicta. Aquel que ayer mismo anunciaba el inmediato amistoso encuentro entre «progresistas» del presidente del Gobierno con dos delincuentes.

De todas las distorsiones léxicas que nutren el despotismo benévolo en el cual vegetamos, puede que la más útil –quizá por ser la más estúpida– sea la que se asienta sobre esa voz «progresista», que el diccionario de la RAE define como «de ideas o actitudes avanzadas». Esto es, que configura como un flatus vocis, a los ojos de cualquiera que no sea un perfecto lelo.

¿Por delante de qué, en efecto, «avanza» una «idea»? ¿En qué se cifra el «avance» o la regresión de una «actitud», esto es, según el mismo diccionario, de una «disposición de ánimo manifestada de algún modo»? Las «ideas» no compiten en divertidas yincanas de avances o regresos; configuran paradigmas con diversas utilidades a la hora de imponer discursos formalmente coherentes. Las «actitudes» no juegan a las carreras de chapas en el patio del colegio; ni son jerarquizables; expresan estados emotivos en los que ni la verdad ni el error juegan papel alguno.

Las palabras que no significan nada, tienen, sin embargo, funciones primordiales: generar convicción. Y hacer, con ello, que los mayores disparates o las mayores infamias integren un discurso respetable, admirable incluso, si aquel que las construye es lo bastante hábil y cuenta con los suficientes altavoces mediáticos para imponerlas. «Progresista», pues. O sea, en las palabras de un poder mediático casi omnímodo, el Gobierno que aúna a todos cuantos pacten destruir a aquel o aquellos a quienes el Jefe Supremo designe como enemigo. Es tan tosco como viejo. E igual de eficaz: construido un enemigo lo bastante diabólico, todo está justificado. Los totalitarismos se asentaron sobre ese rocoso fundamento: o ellos, que son el mal; o nosotros, seres angélicos.

Lo nuevo, esta vez, es la apelación querubínica al «progreso» que garantiza sólo un gobierno «de izquierdas». Pasemos deprisa por lo que la metáfora «izquierda» quería decir, cuando nació en el verano de 1789: un modo rápido de contabilizar los votos en la Asamblea. Atengámonos, por el momento, al pintoresco matiz «progresista»: «De ideas o actitudes avanzadas», dice la Academia. Ni siquiera consideremos ahora la ya apuntada polisemia de «ideas», «actitudes» y «avanzadas».

Preguntémonos sólo en qué modo se ajusta todo eso al «Junts» cuyo presidente de la Generalidad Catalana entre 2018 y 2020, Joaquín Torra, describía a la raza inferior de los españoles tal que así de avanzadamente: «Carroñeros, víboras, hienas. Bestias con forma humana, sin embargo, que beben odio. Un odio perturbado, nauseabundo, como de dentadura postiza con moho, contra todo lo que representa la lengua. Están aquí, entre nosotros… Hay algo freudiano en estas bestias. O un pequeño bache en su cadena de ADN… Abundan, las bestias. Viven, mueren y se multiplican… La bestia, automáticamente, segregó de su boca agua rabiosa. Un hedor de cloaca salía de su aliento… Un sudor mucoso, como de sapo resfriado, le manaba de las axilas». Progresista de manual, para Sánchez. Nada racista. Obviamente.

¿O, tal vez, el progresismo del actual Gobierno reposará sobre el cimiento que al PNV impusiera un delirante fundador que sigue siendo en los batzokis objeto de culto? Sabino Arana: «La sociedad euzkeriana, hermanada y confundida con el pueblo español, que malea las inteligencias y los corazones de sus hijos y mata sus almas, está, pues, apartada de su fin, está perdiendo a sus hijos, está pecando contra Dios». Idea de actitud más avanzada, imposible. Nada racista. Progresismo puro.

Es notable proeza de la lengua política amalgamar todo eso bajo el nombre de «Gobierno progresista». Sánchez merece, sin duda alguna, un sillón en la Academia. Ya encontrará algún negro o negra que escriba su discurso. Progresista, naturalmente.