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Perro come perroAntonio R. Naranjo

¿Telefónica también?

Pueden contar lo que quieran, pero aquí huele mucho a gato encerrado

Que este Gobierno entre en el capital de una multinacional puntera como Telefónica ya activa, de entrada, todas las alertas. ¿Pero cómo va a mejorar el responsable de la quiebra económica del país, apenas disimulada por el dopaje efímero de la inflación, los fondos europeos y la confiscación fiscal, la actividad de una compañía poderosa que opera todo el mundo?

Es como, si me aceptan el símil, se dijera que Miquel Iceta, en su calidad de ministro de Deportes previa a su canonjía como embajador ante la Unesco y las Cocochas, sería una garantía de progreso del Real Madrid o de Los Ángeles Lakers. Como poner al tonto de la clase de director del colegio.

Y hay más, porque con Sánchez de por medio, es inevitable temer lo peor en cualquier ámbito: Atila acababa con la hierba al pasar con su caballo, pero Sánchez se carga además al caballo, a la cuadra entera y al resto de jinetes.

Se alega que, gracias a la inversión de 2.000 millones de euros que Sánchez siempre saca de bolsillo ajeno para empobrecer a todo el mundo y financiar su impúdico proyecto clientelar, se frena el temible asalto de Arabia Saudí al capital de la icónica firma española.

Pero quienes saben de esto sostienen que, para evitar que los jeques dupliquen su participación en el accionario y rocen el 10 por ciento, no es necesario que ese porcentaje lo compre Sánchez: basta con activar la llamada «acción de oro», que no impide a cualquier corporación adquirir algo menos del 5 por ciento de una compañía de esta dimensión sin pedir permiso, pero sí bloquea sus ansias expansionistas.

Si tampoco es ésa, ¿cuál es la razón, pues? Se me ocurren varias, y ninguna tranquiliza. Todas ellas son meras elucubraciones, que no deben ser tomadas como Palabra Revelada, pero sí como invitación a que todos los comensales de este festín den unas explicaciones que de momento no han dado: una nota informativa difundida con nocturnidad y alevosía parece más un intento de correr un tupido velo que de calmar al personal dándole pelos y señales del asunto.

¿Vamos a pagar todos de nuestro bolsillo el ERE anunciado por Telefónica para 5.000 empleados de más de 55 años? La duda es razonable, salvo que pronto comparezca la indómita Yolanda Díaz, lideresa de los planes quinquenales y los koljoses ya visibles en España, a anunciar que ese despido masivo queda congelado.

Porque tendría bemoles que, mientras recargan de impuestos las nóminas, la creación de empleo y todo en general; una parte de ese latrocinio legalizado se dedicara a aligerar los costes de una compañía y a conceder otra jugosa paguita a miles de personas mientras alcanzan la edad de jubilación, tocándose el bolo en casa sin perder ni un euro de sus ingresos a costa de los riñones del resto de idiotas que aún trabajamos.

Pero hay más, y es muy inquietante. ¿Qué se puede pensar de un Gobierno que acusa a los «poderes económicos» de conspirar contra él; transforma a los empresarios en «señores del puro», defiende abiertamente la participación o regulación en sus Consejos de Administración y accionariados y tiene un presidente que dice, en su último engendro literario, que el dinero de todos está mejor en su bolsillo?

Por si esta mezcla de incompetencia y neocomunismo no fuera suficiente para llevarse las manos a la cabeza, queda lo mejor: cada vez que Sánchez se ha arrimado al mundo, institucional, empresarial o a sus aledaños, ha sido para colocar a un amigo, un esclavo, un servidor y un siervo al frente y utilizar luego el juguetito en su beneficio.

El CIS, Correos, EFE, Hispasat o Indra, todos ellos clave en la conformación de estados de opinión pública favorables o en la prospección, control o participación en asuntos tan cruciales como los procesos electorales; tienen al frente a un delegado directo y personal de Sánchez, habitualmente con los mismos méritos para estar ahí que Belén Esteban para sentarse en el sillón X de la Real Academia.

Y que actúan en cada uno de sus destinos como Conde Pumpido, Dolores Delgado o Juan Carlos Campo en los suyos: todos son soldados de Sánchez, con misiones distintas en frentes estratégicos pero un idéntico objetivo. Tomar la colina para el Caudillo, que dirige y observa las operaciones desde la colina.

¿Por qué iba a ser distinto en el caso de Telefónica, clave en las comunicaciones, la tecnología, el proceso de datos y el liderazgo digital? Si camina como un pato, vuela como un pato y grazna como un pato, probablemente sea un pato. Y con Sánchez, todas las aves acaban en su cazuela.