El llanto de la vieja dama
No has sido el mejor cronista y dibujante de la Vieja Dama, de Sevilla. Has sido y serás siempre, lo mejor de Sevilla
Se ha marchado paso a paso. Y en silencio. Además de Isabel, la Vieja Dama se ha quedado, de golpe, sin su mejor amante. Antonio Burgos Belinchón, escritor, poeta, barroco, monárquico del exilio, estorileño, desmitificador, dorador de la palabra, cabo topógrafo y bético. Nadie como él escribió y dibujó –sus textos sevillanos son dibujos de palabras reunidas y siempre en su sitio– a Sevilla. Y a su amadísimo Cádiz –Caí–, Sevilla y Cádiz, sus habaneras con Carlos Cano. Sus habaneras de María Dolores, la gran señora de la canción española. Se ha ido Antonio y mucha Sevilla se ha marchado con él.
Qué tiempos «compare». De Lisboa a la isla de Guadalupe, la del contorno de mariposa, a bordo del «Guanahani», el J.J. Sister de la Transmediterránea. De ahí a Puerto Rico. Amanecía cuando Miguel De la Quadra te despertó. «Antonio, como sevillano, tienes el honor de anunciar ¡Tierra! Como tu paisano Rodrigo de Triana. Y tu voz despertó a los quinientos navegantes del 'Guanahani'. ¡Tierra! ¡Tierra la vista!»
Paseábamos el viejo San Juan. «Atiende bien 'compare'» me decías. «El viejo San Juan es como nuestro Puerto de Santa María. Huele a los Puertos. Y si doblamos cualquier esquina y nos cruzamos con Tomás Osborne, Tomás Terry o Luis Caballero, no te sorprendas. Estamos en nuestra tierra». En el Puerto de Santa María, cuando fui recibido en la Academia de Bellas Artes de Santa Cecilia, con nuestro viejo Rey Don Juan III –protestará el franquista habitual– presidiendo el acto en el castillo de San Marcos de Alfonso X El Sabio, allí estabas tú. Y tantos viajes en tu compañía. En Ulundi, cuando nos recibió Buthelesi, el príncipe zulú, en el horrible palacio construido en recuerdo del repaso que le dieron los zulúes a los ingleses. Buthelesi vestía de gris perla. Camisa gris perla, corbata gris perla, traje gris perla, calcetines grises perla, y zapatos grises perla. En la foto, me situaron a la derecha de Buthelesi –yo era jefe de la expedición–, y a la izquierda, a Tito Hombravella. Tú, en segunda fila. Y tu comentario tartamudeado: «En España, nadie se atrevería a ir vestido como este tío, ni Porrinas de Badajoz». Sobre un 'jeep' descubierto, recorrimos la reserva, colindante con el Krüger. Siete leones habían cazado una jirafa y se la estaban merendando. Pasaban a nuestro lado y nos miraban con desprecio. «Éstos, más que leones son funcionarios de turismo. Sólo falta que nos inviten a comer con ellos filetes de jirafa. ¿Ustedes gustan?». Por la noche, acampamos en la sabana, cenamos y bebimos. Ahí surgió el desmitificador. Rugían los felinos en la noche. «Esto es más o menos como el Rocío, con leones de fondo en lugar de sevillanas». Y el ataque de risa que sufrimos todos cuando visitamos a Desmond Tutu, simpático golfo, que nos recibió en su casa de Ciudad del Cabo. Contamos más de cincuenta jardineros a su servicio. Llevábamos un intérprete, y hablé en nombre del grupo: «Muchas gracias por recibirnos, monseñor, aunque nos haya jodido la siesta». El intérprete nos tradujo su agradecimiento. «Monseñor está muy honrado en recibirlos, pero no sigan en este plan, porque podemos salir de aquí a gorrazos». En Moscú, la resurrección de la Momia de Lenin, y nuestras dos horas de charla con Gorbachov. Como siempre, tú afinaste. «Este ruso, que ha sido de la KGB, habla y se ríe como un americano». También estuvimos con Shevarnadze y Yeltsyn, que engañó a nuestro querido Manu Leguineche. En la soledad nocturna de la Plaza Roja, nos concedíamos nacionalidades de la extinta URSS. Pepe Oneto, ingusetio. Tú, «compare», checheno; Manu, azerbaidano; yo, ruso blanco. Veníamos de cenar y disfrutar del vodka. Y se acercaron dos centinelas del mausoleo de la Momia comunista, junto al Kremlin. Nos vendieron sus gorros de astracán por veinte dólares a Pepe Oneto y a mí. Y tú les preguntaste, a través de nuestra intérprete. «¿ No les preocupa vender sus gorros de guardia?»; «no, porque sabíamos que eran extranjeros». «¿Y porqué sabían que somos extranjeros?» «Porque se ríen. En Rusia no nos reímos». Sí «compare», cruzamos el Atlántico en barco, superamos a pie el Cabo de Buena Esperanza, y vivimos con sus protagonistas los años de la Perestroika en Moscú.
Y una vez cada mes, yo me montaba en el AVE para comer contigo y Curro Romero, en el Oriza de la calle de San Fernando. Un día –te acuerdas?–, cayeron cuatro gotas. Los sevillanos sois muy exagerados con las cuatro gotas. Y apareciste con el maestro cubiertos, ambos dos, con sendas gabardinas. Como «los Albertos». Nos convidó don Francisco, que en Sevilla es más que un torero pasmoso. Es el dios de una religión de la que tú eras obispo. El Currismo. Dejó de llover y abandonasteis el restaurante con las gabardinas plegadas sobre el brazo derecho. Los españoles nos abrazamos dando al brazo derecho el protagonismo. Curro, con un arte imposible de igualar, se pasó la gabardina plegada, como si fuera un capote de paseo, del brazo derecho al izquierdo para abrazarme. Y un grupo de sevillanos que pasaba por ahí lo jalearon: «¡Óle!» Porque en Sevilla es óle lo que en otros lugares es olé.
Nos presentamos mutuamente decenas de libros y conferencias. Una de ellas, en Capitanía, con el general Mena de capitán general. Pocos meses más tarde, el general Mena fue cesado en su cargo por un delito gravísimo, siendo ministro de Defensa José Bono. En la Epifanía, el general Mena, un señor como la copa de un pino y militar ejemplar, tuvo el atrevimiento de leer un artículo de nuestra Constitución .
Pero tú y yo, «compare», supimos defenderlo, y por ello nos llamaron «fascistas» los paniaguados del periodismo.
Cuando el huecograbado del ABC de Sevilla era de color sepia, yo hacía la Mili en Camposoto, San Fernando, Real Isla de León. Y en aquel ABC, a la sombra de un eucaliptal, leí tus primeros «Recuadros». Años más tarde, nos conocimos gracias a nuestro Patrón, Guillermo Luca de Tena. Y de ahí, hasta el final, amigos del alma, aunque separados desde que tú empezaste a irte, con la covid, por más de mil kilómetros. No te gustaba que se interesaran por ti. Tenías el orgullo de ocultar tus males. Y mucho carácter. Cuando te enfadabas, gruñías. Te quiso matar la ETA, y el día que te esperaban los asesinos y hoy socios de Sánchez, no saliste de casa. Y se fueron a asesinar al doctor Cariñanos.
No has sido el mejor cronista y dibujante de la Vieja Dama, de Sevilla. Has sido y serás siempre, lo mejor de Sevilla. Nadie le ha escrito a su ciudad como lo has hecho tú. Por ello, no es tópico ni lugar común escribir que Sevilla está de luto y más desamparada que contigo moviéndote por sus calles. Por defender su estética, te obligaron a abandonar ABC durante unos años. Volviste a Casa para seguir alumbrando con tu sevillanía y tu arte literario. Estás en la gloria de Villalón, de los hermanos de las Cuevas, de Aquilino Duque, de nuestro inolvidado Manuel Halcón, el último andaluz que guardó luto por su caballo. No es posible superar la riqueza y belleza de la prosa andaluza. Claro, que escribes Jerez de la Frontera, Arcos de la Frontera, Puerto de Santa María, Zahara de los Atunes o Stenil de las Bodegas, y has escrito un poema. Hacerlo con Zumárraga o Manresa es más complicado. Sólo Castilla se aproxima a vuestra toponimia. Roma ante todo. La Vieja Dama está de luto, un luto a la antigua, que perdurará siempre. Que el Cristo del Gran Poder y la Esperanza de la Macarena te acojan como mereces. Mis palabras están llorando. Que Dios te lo pague, «compare». Y te bendiga. Y te premie por los talentos que te concedió y tú has multiplicado por diez.
Baja compungido el Guadalquivir hacia Sanlúcar. Y pasando sus aguas bajo el Puente de Triana se dice a sí mismo. «Aquí ha pasado algo».