La Navidad que queremos celebrar
Las cortezas de tronco con las que hacemos el portal le parecieron que eran suficientes para poner dos portales en lugar de uno. Vaya. Y como en la caja de las figuras había dos Niño Jesús, decidió que mejor dos que uno. Eso sí, puso a uno al lado de otro en el mismo portal
Confieso que para mí el momento más importante de la Navidad es esta noche. La Nochebuena. Recuerdo desde mi más tierna infancia la celebración en casa de mi abuela materna y más tarde casi todas las cenas de Nochebuena en casa de mi madre, en Santander, como será esta noche (D.m.) con mi mujer y mis hijos y algunos hermanos y sobrinos. El identificar la fiesta con un lugar concreto ayuda mucho a la trascendencia del momento.
Desde mi niñez el elemento identificatorio de la Navidad es el Nacimiento con un portal de Belén hecho con corteza de árbol y rodeado de musgo. Mis hermanos y yo íbamos de niños a recoger ese taxón por las laderas umbrías de las montañas de La Montaña –que así se llamaba entonces mi tierra, moleste a quien moleste. La Navidad sigue siendo rezar esta noche ante el portal de Belén, besar al niño y cantar villancicos que ineludiblemente deben incluir de forma destacada el El Tamborilero con la voz de Raphael.
Aunque mi familia siempre ha sido ortodoxa en cuanto a las formas de la Navidad, desde mi niñez recuerdo la presencia del árbol, siempre natural, sin duda podado y que durante muchos años creo que se convertía después en leña. Con el paso del tiempo, afortunadamente, mi madre acertó a comprar pinos con cepellón que cuando terminaba la Navidad se plantaban en su jardín. En mi casa madrileña el árbol de plástico y metal se impuso por razones obvias y cada año se despliega y vuelve a plegar.
En este hogar de Madrid intento reproducir estos elementos navideños que despliega mi madre. A un nivel más modesto, creo que lo logro. Mi mujer y yo hemos estado dos semanas por América y aprovechamos para pedir a una persona que trabaja en casa, y que otros años recogía y embalaba el Nacimiento, que este año fuera quien lo pusiese. Era una ocupación razonable en muchos días con horas ociosas. Ella es boliviana y, como cabe suponer, cristiana. Una mujer maravillosa. Cuando volvimos el musgo era perfecto, había colocado hasta la última figura de las que había en la caja y era evidente que algo, bastante, no encajaba. Las cortezas de tronco con las que hacemos el portal le parecieron que eran suficientes para poner dos portales en lugar de uno. Vaya. Y como en la caja de las figuras había dos Niño Jesús, decidió que mejor dos que uno. Eso sí, puso a uno al lado de otro en el mismo portal. El otro portal era sólo para las bestias entre las que incluyó el buey y la mula que debían cubrir las espaldas de San José y la Virgen María. Este despropósito me hizo pensar mucho sobre la cultura cristiana que de verdad reciben en algunos países hispanoamericanos. Ya no es un problema del auge de las confesiones protestantes. Que el Niño Jesús fue uno parece algo que no es necesario ni mencionar. Es igual para todos los cristianos. Y, sin embargo…
En mi casa intentamos mantener las tradiciones casi tan bien como las recibimos en su día. La única innovación ha sido, hace lustros, la incorporación de la Corona de Adviento en la mesa de nuestro comedor. Nunca existió en casa de mis padres ni en la de la mayoría de las familias españolas y a mí es un hábito que me gusta: encender cada domingo del tiempo de Adviento una vela hasta que hoy, casualmente Nochebuena, se enciende la cuarta y última. Ésta es una tradición que surgió en Alemania en el siglo XVI y probablemente tiene un origen protestante. Pero es igualmente válida para los católicos.
A quienes nos felicitan «las fiestas», yo me apresuro a felicitarles la Navidad. Y a partir de mediados de esta próxima semana ya felicito el Año Nuevo que no tiene la connotación religiosa que tanto parece molestar a los anticristianos –que no a los ateos. Reivindiquemos el nacimiento de Cristo y todo lo que él supone. Ya sabemos que los que no quieren celebrar la Navidad también quieren fiesta haciendo que desconocen el sentido que la motiva.