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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

¿Por qué el Rey habla como habla?

Es insólito, y refleja la gravedad del momento, que en una democracia asentada el jefe del Estado tenga que dedicar todo su discurso a defender la Constitución

La Constitución española ha cumplido este mes 45 años. No son los 234 que lleva en vigor la de Estados Unidos. Pero supone un periodo suficiente para que se dé casi por descontada, que se vea como una norma de fondo cuyo cumplimiento se presupone. Por eso resulta insólito y refleja la gravedad del momento que vive España, un país que a priori disfruta de un sistema reglado de derechos y libertades, que parece una democracia asentada, que el Rey tenga que dedicar todo su discurso a defender la Constitución, que es algo básico, elemental.

Estamos como si en una escuela hubiese que volver a enseñar a los políticos el abecedario y la tabla de multiplicar. El Rey se ha visto forzado a enunciar obviedades que ahora ya suenan como valientes aldabonazos, como cuando osó a decir que «fuera del respeto a la Constitución no hay democracia ni convivencia posibles; no hay libertades sino imposición; no hay ley, sino arbitrariedad; fuera de la Constitución no hay una España en paz y libertad». Son frases que se convierten en atrevidas por la sencilla razón de que hoy el Gobierno de España se sustenta sobre una mayoría visceralmente contraria a la Constitución: ERC, Bildu, BNG y Junts no la quieren, ni tampoco a la Corona (y el PNV, pues ya saben lo fiable que es inefable partido «aprovechategui»…).

El Rey, como no podía ser de otro modo, ha defendido también la unidad de España, cuidándose de recordar que reposa sobre «profundas raíces históricas y culturales». Ha defendido la separación de poderes, hoy en cuestión por el acoso del Ejecutivo y el legislativo al judicial. Y ha defendido como un éxito la obra de la Transición, cuando el Gobierno y la mayoría anticonstitucional que lo sostiene están claramente embarcados en una tarea seudo constituyente para dejar atrás aquel marco, invocando el peregrino argumento de que la sociedad ha cambiado (¡imagínense lo que ha mudado Estados Unidos desde 1787!).

¿Por qué tiene el Rey que decir lo que dice? ¿Por qué se ve obligado a dedicar todo su discurso a lo evidente? Los medios próximos al Gobierno han interpretado el mensaje como una llamada a bajar el volumen de la polarización política. Se quedan tan solo con eso, que para ellos es la médula de la alocución. Y es cierto que Felipe VI llegó a catalogar de «deber moral» el tratar de superar «el germen de la discordia». Pero esa lectura, que es la que ha hecho el principal periódico prosanchista, está coja y escamotea la verdad del discurso, que es la siguiente: el Rey tiene que salir a defender la Constitución porque el actual presidente del Gobierno, derrotado en las elecciones, solo ha conseguido llegar al poder montando una mayoría anticonstitucional, algo que se daba tácitamente por prohibido hasta la llegada de este aventurero de la política, un personaje enconado además por una psique marcada por un extraño rencor.

El Rey hace lo que puede y lo que debe (hasta habla de «Navidad», mientras el presidente hace el ridículo felicitando «las fiestas» a los españoles y a sus militares que sirven en el extranjero). Pero para el altivo presidente las palabras de Felipe VI a favor de la legalidad constitucional y la unidad de la nación serán como quien oye llover. La doble verdad de este régimen orwelliano está ya tan instalada que Sánchez predica –y a lo mejor hasta cree– que él es el más perfecto defensor de una Constitución que al mismo tiempo considera obsoleta y que quiere tunear saltándose los cauces previstos y solo para pagar sus deudas electorales.

El Rey les estorba, porque saben que si siguen adelante será el dique final.

Ojalá nunca lleguemos ahí.