Caballero
No soy un caballero. No tengo nada de caballero. He montado dos veces a caballo en mi vida, y en las dos ocasiones con resultados catastróficos. El único «caballero» que asumo con honor es mi condición de «caballero legionario de honor»
Una frase hecha, un ejemplo tópico, «antes que tal cosa prefiero barrer escaleras», ha causado una gran indignación en esa gente. La ordinariez es muy susceptible. Recuerdo las llamadas de los oyentes en el programa de Luis Del Olmo cuando en las «tertulias» utilizamos recursos comunes y hablares de la calle. La que le cayó al bueno de Pepe Oneto por decirle al embajador Puente Ojea, que estaba «ciego» de resentimiento. Inmediatamente llamó la madre de un invidente para exigirle una disculpa a su hijo. « Me estás poniendo «negro» con tus opiniones». Y llamó sulfurado un hombre de color. Finalizaba la tertulia cuando Luis del Olmo nos recordó que el domingo siguiente se disputaba un Real Madrid-Atlético de Madrid, y nos pidió un resultado adelantado. «Vamos a arrasar a los indios. Y Clarence Seedorf, el negro que ha fichado el Real Madrid va a meter un par de goles». Protestó airada una periodista, cuya identidad omito, bastante tonta. Y me llamó «racista». Era barcelonesa, la ciudad con más familiares de negreros enriquecidos del universo mundo o del mundo mundial, muchos de ellos abonados al 3 por ciento que recibía Pujol a cambio de permisos y concesiones. «Me abochorna lo de negro. Tendrías que haberte referido a él como subsahariano». Con paciencia y sosegadamente le expliqué que la condición de «indios» referida a los atléticos era consecuencia de su sentido del humor. Que fueron los propios atléticos los acuñadores del término, porque acampaban junto al río –el Manzanares–, odiaban a los blancos –el Real Madrid–, y su jefe era «Caballo Loco»–Jesús Gil–. Y respecto al negro Seedorf me permití informar a la chica del separatismo catalán que le habían colado a Luis del Olmo, que bajo ningún concepto podía ser definido como subsahariano porque era natural de Amsterdam. La tonta no pudo reaccionar.
Se trata de costumbres y de modismos hechos. A mí, me repatea cuando me tratan de «caballero». No soy un caballero. No tengo nada de caballero. He montado dos veces a caballo en mi vida, y en las dos ocasiones con resultados catastróficos. El único «caballero» que asumo con honor es mi condición de «caballero legionario de honor». Caballeros son los oficiales del Arma de Caballería. Los jinetes de concursos hípicos y carreras de caballos. Los picadores, que por caballeros tienen el privilegio de vestirse de oro, como los matadores de a pie. Caballeros son los mayorales de las ganaderías de bravo. Caballeros los policías, guardias civiles y municipales que cumplen sus servicios a lomos de caballos. Los rejoneadores. Un caballero que se cae de los caballos es un ser ridículo y reiteradamente insultado a lo largo de su vida recibiendo semejante tratamiento.
En un viaje por carretera a Albacete, hice una parada en La Gineta. Me senté en la mesa de un bar para tomar un café. El camarero me atendió: –¿Qué va a tomar el caballero?–. No entendió bien mi respuesta, y menos aún, mi demanda. –El caballero va a tomar un café con leche y un suizo. Mi escudero, que entrará de un momento a otro, una cerveza . Y si es tan amable, le lleva a mi caballo un cubo de agua para que se refresque–.
No puede ser un caballero quién, a los quince años, a lomos de un viejísimo equino, salió disparado entre sus orejas a causa de una brusca detención del cuadrúpedo que, caprichosamente, se detuvo en seco sin permiso de su jinete. No puede ser un caballero, quien ascendiendo por lo carriles de las Gargantas de Gredos, a lomos de un caballo triste y melancólico, al hacer una pausa en la ascensión, por imitar a John Wayne, descabalgó con ímpetu, olvidando el respaldo de su silla vaquera, colisionando con la pierna derecha en dicho respaldo, y cayendo al suelo estrepitosamente produciéndose una lesión en los cuernos del menisco derecho, imágenes que produjeron toda suerte de risas entre los acompañantes de la expedición.
Es lo único que pido para el año 2024, que va a ser peor incluso, que el 2023. Que no me llamen «caballero». Porque no lo soy ni lo merezco.