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Ojo avizorJuan Van-Halen

Ni santos, ni inocentes

En las reacciones al mensaje de Felipe VI, en la entrega del Ayuntamiento de Pamplona y en el despeñadero de Serrano en Correos no veo inocencia. Veo táctica calculada de quien todo lo quiere

No escribo «semana trágica» para no recordar la conocida como tal en la Barcelona de 1909, pero la semana que concluimos ha sido aciaga. Citaré tres de sus perlas. En el frente institucional las críticas desbordadas al mensaje de Felipe VI en defensa de la Constitución, la democracia y el Estado de Derecho. En el frente de la desvergüenza política la entrega de Pamplona a los proetarras a la mayor gloria de Sánchez. En el frente del reconocimiento de culpa –rara avis en Moncloa– el cese de Juan Manuel Serrano, el amiguísimo de Sánchez, como presidente de Correos; un ejemplo de gestión caótica, ruinosa y acaso con tintes más oscuros.

El pasado jueves 28, Día de los Santos Inocentes, se cumplieron 150 años del nacimiento de Pío Baroja, un maestro que ha vencido al tiempo. Las obras de cada autor siguen sus propios caminos; Azorín, amigo y compañero de Baroja, está sumido en el olvido de los lectores. Estos para mí barojianos Santos Inocentes aparecen en medio de la semana aciaga. No encuentro en ella santos ni inocentes, más bien malos y culpables. En las reacciones al mensaje de Felipe VI, en la entrega del Ayuntamiento de Pamplona y en el despeñadero de Serrano en Correos no veo inocencia. Veo táctica calculada de quien todo lo quiere.

Es sabido que las intervenciones significadas del Rey son conocidas antes por Moncloa en una especie de consulta. El mensaje regio de Nochebuena era una enmienda a la totalidad del entreguismo a los enemigos de España, de su unidad, de la Constitución y del propio sistema. Y, por ello, una crítica a las políticas que lo hacen posible. Considero la postura de Sánchez tras el mensaje un nuevo «hacer de la necesidad virtud»; parecía ajeno a la polémica. Que los socios de Sánchez critiquen gravemente al Rey por defender la Constitución no tiene pase. Y alguno volvió a la matraca –falsa– de que el pueblo español no ha opinado en referéndum sobre la Monarquía; votó arrolladoramente la Monarquía al votar la Constitución. Las Constituciones, como los buenos vinos, ganan con el tiempo; plantear, como se ha hecho, una consulta en cada generación es un disparate que demuestra ignorancia.

La entrega vergonzosa del Ayuntamiento de Pamplona a los proetarras es otra infamia de Sánchez. Dos concejales socialistas renunciaron a sus actas para no mancharse; sólo dos. Es infame que se ceda, tras tanta sangre inocente, ante quienes no han condenado los asesinatos de ETA y sueñan con hacerse con Navarra. El territorio vasco fue un conjunto de señoríos castellanos, pero Navarra fue un Reino fundamental en la construcción de España. De ahí el regocijo de los suyos por su triunfo y la enorme vergüenza que deberían sentir los socialistas por su entrega. Pero Sánchez ni siente ni padece. Está a lo suyo que es él mismo. «Nunca pactaré con Bildu». Pues eso.

El cese de uno de los íntimos de Sánchez, Juan Manuel Serrano, como presidente de Correos, la mayor empresa pública española, demuestra lo insostenible de sus pérdidas que lastraban a la propia SEPI. La gestión de Serrano ha sido un desastre. CCOO y UGT aplauden su cese y le consideran el «peor presidente de la historia de Correos». Durante su presidencia llevó a Correos a los 1.200 millones de pérdidas. Serrano cargó el déficit a la guerra de Ucrania, pero CCOO denunció que los países europeos tuvieron beneficios y también las empresas de correos más cercanas a la invasión rusa, como Alemania, Finlandia o Estonia. La etapa de Serrano en Correos quedará como ejemplo de gestión sanchista. Entre sus logros está la emisión de un sello con la hoz y el martillo, conmemorativo del centenario del PCE, vulnerando la Resolución del Parlamento Europeo de 19 de septiembre de 2019, sobre uso de símbolos totalitarios (y cita el comunista) en la esfera pública.

Veamos el contraste. En un célebre debate Sánchez consideró a Feijóo «un inexperto». Feijóo presidió Correos entre 2000 y 2003. Cuando él llegó la empresa acumulaba 30 millones de euros de pérdidas. Transformó el modelo; tuvo claro que el mercado evolucionaría hacia el comercio electrónico. Al cesar dejó un beneficio de 109 millones, pero ya en menos de dos años había revertido la situación de pérdidas. En 2001 cerró con 26 millones de euros de beneficios, y en 2002 con un superávit de 83 millones. Sánchez, eres un lince.