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Enrique García-Máiquez

Alegre año nuevo

Este 2024 nos hará mucha falta la caballería del humor

Se lo deseo a todos ustedes muy feliz, por supuesto. Pero de nosotros depende que, además o al menos, sea alegre. Que recibamos con una sonrisa a portagayola lo bueno o lo malo o lo regular que quiera traernos. Se puede estar triste o preocupado con una sonrisa. No son incompatibles. El sentido del humor no depende de que la vida nos vaya de lujo.

Ayuda bastante que vaya bien, claro, en lo material y, sobre todo, en lo espiritual; pero también hay una predisposición del carácter. Si usted tiende a la alegría, como es probable, no deje que los cenizos le apaguen el fuego. Primero, porque el fuego es lo suyo. Segundo, porque nos hace falta. Y tercero, porque probablemente usted tenga razón en la mayoría de los casos al sonreír o al desternillarse.

Los cenizos, como es natural (en ellos) no ven con buenos ojos que los demás sonriamos ni un poco. En cambio, yo veo muy bien que ellos estén tan adustos. Nos conviene que nos recuerden lo serio que es todo en el (medio) fondo. Y si nos interpelan personalmente, aprovechamos para hacer examen de conciencia, que frívolos o merengosos tampoco queremos ser. La prueba de fuego del optimista consiste en ser capaz de admirar al pesimista cuando, lógicamente, ve fatal al optimista que lo admira alegremente. Esa disimetría es esencial. Heráclito era el filósofo que siempre lloraba y Demócrito el que siempre reía, esto es, también reía cuando el otro se quejaba de él.

Más estratégico era Samuel Johnson, el gran lexicógrafo. Hombre muy jovial, a pesar de haber tenido una vida dura, gustaba de tratar temas profundos de buen rollo con sus amigos, pero, de pronto, los mandaba callar: «Muchachos, pongámonos serios que ahí asoma un tonto». Quería decir uno que no iba a entender que un hombre tan sabio estuviese de carcajadas y cervezas. Parece que Samuel Johnson no era demasiado tolerante con los taciturnos, pero, siendo lexicógrafo, es de imaginar que le irritase que la gente confundiese «alegría» con «almíbar».

No voy a traerme el ascua a mi sardónica sonrisa con el argumento hesicasta de que, si Dios está con nosotros, cómo no reírnos de casi todo. En la casa del Padre hay muchas moradas y muchos ánimos y todos son muy legítimos. Cabe Chesterton –que ya es caber– del que decía Kafka que era tan alegre que debía de haber visto a Dios; y cabe Léon Bloy que era tan furioso que debía departir con Jeremías. El mismo Jesús, en los mismos Evangelios, muestra un evidente sentido del humor, al que he dedicado mi ensayo Gracia de Cristo, y demuestra en otros momentos una grave seriedad e incluso una profunda tristeza. Sacro es siempre. Él, como Hijo, se pasea por todas las moradas de la casa de su Padre.

La risa no es la esperanza, pero se le parece mucho, como una hermana pequeña. Y no hay que tener esperanza solo cuando haya muchas probabilidades de que las cosas se arreglen, porque eso es la estadística. La esperanza se mantiene contra toda esperanza. La risa se lanza a la cara del mal y del error, y a veces no es la peor forma de combatirlos, aunque hay otras, como hay infantería, artillería, marina y aviación. Este 2024 nos hará mucha falta la caballería del humor, aunque para decir eso no hace falta ser profeta, sino tener ojos en la cara. No les falta razón a los que quejan o despotrican de tantas cosas; pero, para que los kafkas del mundo piensen en Dios y todos alberguemos la esperanza, también hay que reírse. Si usted propende, por favor, no nos prive, por piedad.