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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Un inculto para el Ministerio de Cultura

El sucesor de Iceta quiere ahora que España pida perdón por su «colonialismo» y aquí nadie le dice nada.

Con esa solemnidad inane de quien va a decir una tontería pero cree estar a punto de resolver la paradoja de Aquiles y la tortuga, el nuevo ministro de Incultura se descolgó en la emisora amiga del Gobierno, donde Sánchez tiene abono eterno para masajes y jacuzzi, con un anuncio escalofriante.

Su cartera ya está metida en harina para expiar los pecados colonialistas de España, que son similares a su entender a los de Bélgica. Allí, hasta mediados del siglo XX, se organizaban zoológicos humanos con familias congoleñas enteras encerradas en una especie de jaulas de bambú, prosiguiendo una tradición ancestral de los belgas con sus colonias africanas, como el Congo, donde dejaron una herencia de sangre, fuego y explotación de la que aún hoy en día sienten vergüenza.

«Nosotros hemos heredado esa cultural colonial que, de alguna manera, tenemos que ver y gestionar», dijo mayestático Ernest Urtasun, apelando al trabajo de su predecesor, Miquel Iceta, con unos conocimientos parecidos a los suyos en la materia que confirman la importancia que el Gobierno le da a la Cultura.

No importa que su titular tenga las mismas aptitudes para el cargo que Puigdemont para representar a España en Eurovisión si al regalarle el despacho abona el peaje del socio de turno y, en el caso que nos ocupa, tiene contentos además a Almodóvar y a Bardem.

La escasa trascendencia que las barbaridades de Urtasun ha tenido demuestra la claudicación general ante la agresión contumaz de buena parte de la izquierda a la historia de España, pisoteada desde la escuela hasta el Parlamento por una caterva de fuerzas convencidas de que tenemos que pedir perdón por todo y no recibirlo por nada: solo desde esa inoculación del virus de la culpa sin redención es factible demoler el conjunto de leyes, tradiciones y costumbres que dan continuidad en el presente a una larga historia de infinitas luces y contadas sombras que conforman una identidad nacional en fase de derribo.

En el Reino Unido, Francia o la propia Bélgica, tres países con un pasado colonial en África como para taparse con tres mantas y no asomar la cabeza, sería impensable que uno de sus gobernantes destrozara su propia trayectoria con brochazos descontextualizados, cuando no directamente inventados.

Pero en España no solo es posible, sino casi necesario para acceder a una magistratura cultural cuya primera obligación debiera ser, si tuviéramos un Gobierno serio, defender la inmensa aportación nacional a la construcción de una humanidad mejor.

El descubrimiento, como la vuelta al mundo o la reconquista, fueron gestas increíbles protagonizadas, organizadas o inducidas por españoles; que dejaron un legado impresionante que hoy en día perdura y explica buena parte del salto de la barbarie a la civilización, por mucho que en todos los casos la sangre escribiera una parte de los renglones más rectos de la apasionante historia.

Insultar o despreciar a Colón, a Hernán Cortés o a Fray Junípero o desconocer la relevancia de episodios tan cruciales como la batalla de las Navas de Tolosa, decisiva para empezar a enmendar la transformación de España y tal vez media Europa en un califato; no son solo un acto de necedad mayúsculo: también suponen un borrado peligroso de una memoria histórica indispensable para oponerse a los abusos del presente.

A Urtasun habría que correrlo a boinazos, o exhibirlo cinco minutos al menos en un Museo de los Ignorantes necesariamente amplio para tanto potencial inquilino político, pero nada debe extrañar ya en una Europa que también se sube al mismo barco a la deriva en un mar lleno de corsarios. Porque si es estúpido renegar de España desde el Gobierno de España, qué decir de un continente que se avergüenza también de su tradición judeocristiana y de su genoma grecolatino. En el pasado, nos acechaban los bárbaros. Ahora, nos gobiernan.

Posdata. Una humilde sugerencia para Ernestito, que va de mono en su primera acepción pero lo es en la sexta: si quiere ver racismo del bueno, rabiosamente vigente, solo tiene que preguntarles a sus amigos Arnaldo, Carles y Oriol. Ellos saben mucho de la materia.