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VertebralMariona Gumpert

¿Polarización?

El feminismo se ha polarizado, pero por el movimiento delirante de una rama que, además, pretende acallar a las demás, criminalizándolas. Por arte de magia, el que permanece en su lugar es quien polariza

Polarización, palabra del año 2023. Andamos todos preocupados con el término, que refleja un estado de cosas real. Ahora bien, los motivos para esta inquietud tienen orígenes muy distintos, la mayoría mal planteados. Para la progresía el problema es el fascismo que encuentran hasta en la sopa. Llevan así años, nada nuevo bajo el sol. Ahora que muchos empezamos a reaccionar andan como pollos sin cabeza; unos rasgándose las vestiduras, otros paladeando el gustirrinín de un «¡os lo dije!» tramposo: parecen ignorar el significado de las profecías autocumplidas.

Vayamos con el impacto que tiene la palabra «polarización» entre la gente de la no-progresía. Normalmente asumimos, de forma inconsciente, que la separación se da cuando dos puntos se alejan en direcciones contrarias, desplazándose ambos. Un ejemplo del caso sería la Argentina actual, que ha padecido durante décadas gobiernos que se mantenían en el poder a costa de los votos de multitudes de ciudadanos apesebrados, amamantados por un estado elefantiásico. Como reacción a este exceso surge el libertario Milei que, a pesar de las buenas iniciativas que propone, defiende sin parpadear la compra-venta de órganos. Ante situaciones como ésta, los pedantes citarán a Hegel y su modelo tesis + antítesis = síntesis. Los más normales mencionarán la inevitable ley del péndulo. Eso sí, todos repiten el mismo vocablo: polarización.

Ahora bien, ¿cuántos se detienen a pensar que ésta no es la única vía de que dos posiciones se alejen entre sí? Hasta un niño pequeño sabe que existen otras formas, los míos desde que tienen uso de razón y despiden desconsolados a sus abuelos de México cada vez que nos vienen a visitar. Los nietos no se mueven, son mis suegros los que se marchan en un avión y recorren una distancia indigerible para un cerebro infantil. Mis hijos y mis suegros están polarizados, aunque los primeros nunca se mueven de lugar.

Existen actualmente multitud de binomios que están polarizados siguiendo este mismo esquema (uno permanece donde está, y es el otro quien se aleja de forma progresiva y sin descanso). El del feminismo es un caso paradigmático; hasta hace poco existían casi tantas corrientes feministas como ideólogas, pero todas concordaban en el mismo punto: defender los derechos de la mujer, de las personas nacidas XX. Sin embargo, el feminismo dominante ha decidido incluir a los hombres, lo cual implica posicionarse a un abismo de distancia del resto de tipos de feminismo. El feminismo se ha polarizado, pero por el movimiento delirante de una rama que, además, pretende acallar a las demás, criminalizándolas. Por arte de magia, el que permanece en su lugar es quien polariza; porque yo lo valgo. Por esa absurda cuestión de que todo lo nuevo es bueno per se y quien se opone es el mal encarnado.

Estos esquemas mentales ya no deberían sorprender a nadie. Lo que me preocupa es esa parte de la derecha que, a pesar de ser consciente de la constante y progresiva cadena de dislates con la que nos llevan bombardeando desde hace años, sigue pensando que algo mal habrán hecho ellos también. Tienen pavor a acabar encasillados dentro del binomio «los hunos y los hotros», los polarizadores de Teruel, malo ella, malo él. Asumen esa gran mentira del «si uno no quiere, dos no pelean» que sólo se cumple en un contexto de total independencia en el que uno no se defiende porque aplica la del cada uno en su casa y Dios en la de todos. Pero resulta que somos inevitablemente seres sociales y políticos, habitamos una casa común, España. Si se me acusa de polarizar por defender con palabras la cultura de la vida, la unidad de la nación, el respeto a las instituciones, la verdad frente a la mentira, pues polarizadora soy. ¿Y ustedes?