Fundado en 1910
Post-itJorge Sanz Casillas

Tenemos que hablar de Ortega Smith

Y de Baldoví. Y de Rufián. Y por supuesto de aquellos que condenan una piñata mientras parecen dispuestos a amnistiar el terrorismo

Un día de 1934, en una España quizá mucho más crispada que la de hoy, el líder de la derecha, José María Gil-Robles, tomó la palabra en el Congreso de los Diputados. Cuando estaba en pleno discurso, se escuchó desde lo alto de la Cámara un grito acusador: «¡Su Señoría es de los que todavía llevan calzoncillos de seda!». Tras unos segundos de inevitable alboroto, el cofundador de la CEDA respondió: «No sabía que su esposa fuera tan indiscreta».

Traigo esta anécdota en color sepia a propósito de la reprobación a Ortega Smith en el Ayuntamiento de Madrid. El concejal perdió hace unos días los papeles y sacudió los que llevaba encima junto al escaño de un representante de Más Madrid, golpeando una botella vacía que voló varias sillas más allá. Hasta aquí los hechos probados, lo que se ve en los vídeos. Los defensores de Ortega Smith aseguran que el concejal de Más Madrid faltó el respeto a las víctimas de ETA (de las que escribí hace apenas siete días). De ser cierto, ¿justifica eso su actuación? Creo modestamente que no.

Tenemos que hablar de Ortega Smith. Y de Baldoví, preguntando en tono amenazador a una diputada de Vox que de qué se ríe. Y de las escenitas de Rufián, que venía para solo 18 meses. Y del presunto escupitajo a Borrell. Y de que al número dos del Ayuntamiento de Pamplona le condenasen por agredir a dos mujeres. Y de que al PSOE le parezca perfecto. También de aquel diputado del PP que gritó a Errejón «vete al médico» cuando reclamaba en el Congreso más recursos para la salud mental (este por lo menos pidió perdón). Y así con tantos otros sucesos que, como los anteriores, nos han avergonzado desde 2018. Tenemos que hablar, por tanto, de la mala educación.

De la mala educación y de la hemiplejia moral, que no es otra cosa que la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio de la que advertían los Evangelios. Porque vivimos ya en una política futbolizada, en la que solo vemos las manos del rival pero nunca las nuestras. Nos gobierna gente que condena una piñata mientras amnistía a los CDR, que bloquearon aeropuertos y cocinaron explosivos. Urge un rearme moral, y que aquello que es impresentable lo sea para todos, incluido para el más fanático. Quizá resulte ingenuo, pero ante la duda lo mejor es preguntarse: ¿admitiría de mi antagonista ideológico lo que acaba de hacer mi «defendido» en las urnas? ¿Aceptaríamos a Yolanda Díaz golpear la botella de Figaredo? ¿Toleraríamos a Errejón mandar «al médico» a Cuca Gamarra? Seguramente no. Y qué bien haríamos.