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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Magos y magas

El milagro de los juguetes no se analiza. Se asume y se celebra. No se investiga, no se pregunta, no se discute. Han venido los Reyes a casa y la han abarrotado de regalos. Lo más natural del mundo en la cabeza ilusionada de un niño

Yo fui un niño muy inocente. Creí ciegamente en los Reyes Magos hasta los 8 años. Antes de cumplir los 9, un compañero de clase bastante envidioso me reveló el misterio. «Los Reyes son los padres, Ussía, pareces tonto». En nuestra casa, los Reyes Magos eran espectaculares. Y en el hogar de mi compañero envidioso, bastante tacaños. Cuando supo lo que me habían dejado en torno a mi zapato, decidió vengarse por envidia. Y logró mi sufrimiento. El «recordman» mundial de la inocencia, hijo único, era conocido en Madrid como «el Rapidito». Se movía a gran velocidad con pasos muy cortos, y creyó en Melchor, Gaspar y Baltasar hasta los 22 años. De tonto no tenía un pelo. Cuando sus padres, agotados, le hicieron saber que los Reyes Magos eran ellos, el «Rapidito» cursaba el tercer año de Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos. Pero creció con la nube de la ilusión y no se topó con un envidioso. En su último 6 de enero de creyente, los Reyes le trajeron un Seat 1400-B, un balón de fútbol de reglamento, un abrigo de «cashmere» con la etiqueta del sastre, la colección completa de «Salgari» y algo que a los Reyes Magos no se les había ocurrido regalar a un niño desde los inicios de la tradición. Los doce números del Playboy del año anterior, adquiridos en Biarritz. Porque el «Rapidito» era bastante guarrete, y sus padres coincidieron en confirmar la regla con la excepción.

Pero esa debilidad es la que convenció a sus padres de la necesidad de informarle de la realidad. Un año más en la inocencia, y el «Rapidito» hubiera pedido a los Reyes una muñeca hinchable. «Y eso sí que no», dijo la madre, que era una acrisolada dama de altas virtudes y proba existencia, como se escribía en las necrológicas de ABC cuando fallecía una duquesa. Y el «Rapidito» se entregó a la bebida y renunció a ser ingeniero.

A Dios gracias, falleció con anterioridad a la estupidez feminista de las Reinas Magas. Creo que fue en la cabalgata de Valencia donde las Reinas Magas suplieron a Melchor, Gaspar y Baltasar. Muchos ayuntamientos gobernados por el feminismo siniestro imitaron al alcalde valenciano, pero no consiguieron terminar con la ilusión de los niños, que veían a las Reinas Magas como unas mamarrachas y preguntaban a sus padres cuándo venía la carroza de los Reyes de verdad. Como el numerito de las Reinas Magas se fue al quinto carajo, ahora impera el ecologismo-animalismo. En una capital andaluza han prohibido a los Reyes Magos que sean acompañados por sus obedientes camellos y dromedarios. Los pajes irán montados en caballos, como si los caballos no fueran tan animales como los camellos y los dromedarios. Lo cierto es que, lo peor de la maravillosa visita de los Reyes Magos, los que adoraron al Niño Dios en el Portal de Belén y le obsequiaron con oro, incienso y mirra, son las cabalgatas. El lanzamiento de caramelos ha terminado con más de un niño en Urgencias hospitalarias con una brecha abierta en la cabeza como consecuencia de los azucarados impactos. Y éste, y no otro, es el gran milagro de los Reyes Magos. Que después de las cabalgatas, sigan los niños creyendo en su existencia. Nuestros padres jamás nos llevaron a la Cabalgata, y gracias a esa medida tan oportuna, los diez hermanos creímos en los Reyes hasta los ocho, nueve y diez años. Porque el milagro de los juguetes no se analiza. Se asume y se celebra. No se investiga, no se pregunta, no se discute. Han venido los Reyes a casa y la han abarrotado de regalos. Lo más natural del mundo en la cabeza ilusionada de un niño.

Los Reyes Magos no se exhiben, llegan en silencio y se van. Los camellos y los dromedarios suben por las escaleras sin hacer ruido. Las cabalgatas de Reyes son republicanas.

Yo, desde que tengo nietos, he vuelto a creer en ellos. Profundamente.