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Ojo avizorJuan Van-Halen

Malas compañías

Si añadimos la gratitud de los filoetarras de Bildu tras la entrega de Pamplona, Sánchez se ha convertido en un coleccionista de malas compañías y de gratitudes perversas

En mayo del año pasado Pedro Sánchez consiguió, al fin, una foto con Biden más allá de la penosa del pasillo tras la que el presidente norteamericano preguntó quién era el pelmazo. Parece que aquello le costó el cargo a Iván Redondo. Tras más de dos años de intentos llegó un día de campanillas para Sánchez: fue recibido en el despacho oval. Biden después de la entrevista habló un minuto, sin preguntas, y alabó el liderazgo de Sánchez, sobre todo por su «tremendo trabajo» con la inmigración. Ya sabemos lo que nos costó a los españoles aquella foto. El precio fue aumentar la presencia de destructores norteamericanos en Rota y echar una mano a Biden en la inmigración.

Han llegado ya los primeros cientos de inmigrantes iberoamericanos a España gracias al acuerdo que Sánchez firmó con Biden en aquella entrevista de mayo pasado. La llegada coincide con una grave crisis en Canarias, con aumentos del 80 por ciento en la inmigración irregular; muchos de estos inmigrantes son trasladados a la península sin acuerdo previo con las autonomías receptoras, creándose situaciones delicadas; pienso, por ejemplo, en los inmigrantes ubicados en Alcalá de Henares. Este traslado de personas huidas de dictaduras como Cuba, Venezuela o Nicaragua supone un desahogo para la presión en las fronteras norteamericanas pero no resuelve los problemas de España, con Canarias al borde del colapso. Sánchez ayuda a Biden pero ni contesta a Fernando Clavijo, presidente de Canarias.

Ya sabemos que Sánchez es el campeón de los cambios de opinión y no podía conformarse con quedar bien con Biden. Había que enmendarlo. Y se negó a la incorporación de España a la coalición internacional para salvaguardar el transporte comercial en el mar Rojo fustigado por los hutíes, rebeldes religiosos yemeníes que controlan el norte del país, armados y protegidos por Irán. ¿Cómo va a molestar Sánchez al Irán de los ayatolás que tanto ayudó y todavía ayuda a su socio preferente? Washington ya ha hundido tres barcazas hutíes que atacaban a un portacontenedores danés. Diez países aliados de Estados Unidos, seis de ellos europeos, han advertido a los hutíes que sus ataques a buques cargueros tendrán consecuencias. Se trata de defender una importante ruta comercial y sobre todo petrolera.

En medio del enfrentamiento en Oriente Medio, en el que Sánchez ya se hizo notar al recibir la gratitud de Hamás, grupo terrorista, ahora el mando Hutí le ha agradecido negarse a formar parte de la coalición naval internacional. Si añadimos la gratitud de los filoetarras de Bildu tras la entrega de Pamplona, Sánchez se ha convertido en un coleccionista de malas compañías y de gratitudes perversas.

A nuestro presidente le inquietan otras cuestiones de más calado, como una piñata al parecer con su efigie, que los suyos habrán identificado por la larga nariz de Pinocho porque la figura apaleada no se parecía a ningún personaje conocido. Ha intervenido la policía porque se denunciaba un delito de incitación al odio, aunque cuando eso mismo ocurrió con figuras de Feijóo, Rajoy, Díaz Ayuso y el Rey se adujo libertad de expresión y todos tan contentos. En esta España desnortada se puede quemar una bandera nacional o una fotografía del Rey sin riesgo alguno pero que a nadie se le ocurra inquietar a la izquierda con cualquier memez porque saltará. Son partidarios del «jarabe democrático» –¿recuerdan?– pero no si les afecta a ellos. La perfecta ley del embudo.

Y el pobre Patxi López exigiendo al PP que rompa con Vox por lo de la piñata mientras asiste sin decir ni pío a homenajes a etarras, promovidos por su socio Bildu, en el País Vasco que él gobernó gracias al PP y su buenismo. Ahora el PSC, cuya alcaldía barcelonesa debe a los votos del PP, se plantea pactar el Ayuntamiento con Junts. Menudo papelón como previsor del primer partido de España. Una simpleza como lo ha sido, a mi juicio, el voto a favor de la reprobación de Ortega Smith en el Ayuntamiento de Madrid. Había otras respuestas posibles. A Feijóo le hizo algo similar Beiras en el Parlamento de Galicia, con puñetazos al escaño incluidos. El asunto quedó ahí.

La derecha tiende a equivocarse de adversario y a agradar a quienes no la respetan ni siquiera tras llegar a pactos. Así gana la izquierda. El buenismo es suicida y a menudo, además, ridículo.