Xi Sanchín persigue la crítica en los tribunales
Macron, Boris, Trump, Berlusconi… todos sufrieron duras manifestaciones con muñecos ahorcados, pero por supuesto ninguno denunció a los manifestantes
En junio de 2013, el siempre políticamente miope Obama intentó un cordial acercamiento al mayor adversario de su país, China, recibiendo a Xi Jinping con gran complicidad en California. Ambos mandatarios pasearon por un prado del rancho Mirage, distendidos y en mangas de camisa. Esa imagen del dúo fue parodiada enseguida en memes humorísticos, que repararon en su parecido con Winnie the Pooh y su amigo Tigger, siendo Xi Jinping el osito rechoncho y un poco espeso y Obama el tigre estilizado de los dibujos animados.
Los memes con el divertido parecido de Xi con Winnie the Pooh tuvieron tal éxito que el asunto preocupó al Partido Comunista Chino, que acabó emprendiendo una campaña de censura en las redes sociales. El osito se convirtió en un símbolo de los disidentes. El Gobierno chino llegó al extremo de poner trabas al estreno de la nueva película de Winnie. El personaje pasó a ser clasificado como una amenaza para la seguridad nacional.
La historia anterior muestra el punto ridículo que puede alcanzar el culto al líder de las dictaduras. Pero en los sistemas abiertos de derechos y libertades las cosas no funcionan así. Al mandatario de turno le va en el sueldo ser criticado en protestas, manifestaciones, escritos, vídeos, sátiras… incluso a veces de la manera más dura, cruel y desagradable.
Recién convertido Trump en flamante presidente, un grupo de manifestantes se congregó frente a la torre neoyorquina que lleva su nombre y ahorcó un muñeco que lo representaba. En las marchas contra Boris Johnson por el Brexit, se produjo frente a las mismísimas puertas del Parlamento de Westminster el ahorcamiento de un monigote del rubio primer ministro. En París, en las irritadas marchas callejeras de los chalecos amarillos, quemaron un maniquí de Macron entre risas y aplausos. En las reiteradas protestas contra Berlusconi se vieron en su día pancartas burlescas que lo despellejaban por su afición a los guateques «bunga bunga». Por supuesto tampoco faltaban marionetas satíricas, algunas presentándolo entre rejas, o empapelado con dinero sucio.
¿Y qué hicieron al respecto Trump, Boris, Macron, Berlusconi…? Pues todos hicieron lo mismo: nada, porque en una democracia se sobreentiende que existe la libertad de expresión. El mandatario debe sobrellevar la crítica de la calle, por cruda, cruel y desacertada que pueda ser o parecerle.
Cabe debatir sobre si la imagen del Pinocho/Sánchez vapuleado en Ferraz es acertada o no, o políticamente sagaz. Pero concluir que ahí se ha producido un delito y movilizar a la Fiscalía es un reflejo propio de un dictadorzuelo. Y eso es lo que ha hecho el PSOE, hoy una grey entregada a cumplir todo capricho de su gran timonel Xi Sanchín. En su histérica denuncia victimista, el PSOE habla de «injurias y amenazas» al presidente del Gobierno –que al parecer debe ser intocable, como en las dictaduras–, de «incitación al odio» y al «magnicidio», y de «reunión ilícita».
Todo esto parecería un chiste, de no ser por tres motivos:
1.-Muestra a un presidente que empieza a reunir las dos principales características que definen al autócrata: negar al adversario su derecho a existir («el muro») e intentar proscribir las críticas al poder.
2.- Con esta sobreactuación, el Gobierno consigue con éxito distraer al público de abusos tan graves como la ley de amnistía, ya en marcha, o el blanqueamiento de ETA. Merced a su cuasi monopolio televisivo, el sanchismo ha logrado que nos hayamos pasado toda la semana hablando del monigote de Ferraz, que emiten en bucle cada diez minutos en el Canal 24 horas de TVE y que nunca falta en sus telediarios.
3.-La denuncia contra la protesta de Ferraz refleja a un Gobierno que pretende aplicar el derecho penal contra los sentimientos de los ciudadanos. Quiere regular el interior de las mentes de las personas con la ley en la mano, aplicando un estacazo judicial a quien ose a desviarse del correcto credo.
Instintivamente no me agradó la piñata de Ferraz cuando vi las imágenes, creo que existen mejores y más edificantes maneras de protestar. Tampoco considero que Vox ande muy fino en este arranque de año al centrar el grueso de sus palos dialécticos en el PP, con lo que al final le puede hacer un servicio a Sánchez, en el que debería centrar sus críticas. Pero si mañana montan otra piñata, esta vez la apoyaría con ganas, porque la reacción del Gobierno con su denuncia acredita algo grave: en España está ya en juego la libertad de expresión, incluida la libre crítica al poder, cuando constituye el oxígeno de la democracia.
Al PSOE comienza a parecerle ilegal que se proteste contra el presidente del Gobierno. Y eso son palabras mayores. Pisamos arenas movedizas.