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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El oso de Moscú

El oso, vio la bicicleta en el camino, corrió hacia ella, se sentó en su sillín con un movimiento muelle, y pedaleando, desapareció. La mafia había comprado el oso en un circo, y la bicicleta era su número favorito, su especialidad circense.

La historieta que narro a continuación es verídica.

La fuente, todo un gran Embajador de España, además de extraordinario escritor del campo y la caza, José –Pepe– Cuenca.

La hice pública en el programa de televisión Caza y Pesca y Juan Delibes de Castro creyó que le tomaba el pelo.

Fueron testigos de la revelación, durante una agradable comida en el restaurante El Bodegón de Madrid, José Hornedo Muguiro y Carlos Ruiz de Velasco.

Tan sólo he olvidado el nombre y apellido del cazador, al que llamaré en el relato Ephrain Douglas IV, natural de Texas, USA.

Barca

Con el fin de visitar a Pepe Cuenca, embajador de España en Moscú, y al que conoció en Houston en un destino anterior, el multimillonario tejano Ephrain Douglas IV, empresario petrolífero, biznieto de Ephrain Douglas I, nieto de Ephrain Douglas II, hijo de Ephrain Douglas III y padre del futuro Ephrain Douglas V, nuestro héroe, Ephrain Douglas IV voló de Houston a la capital rusa para visitar a su gran amigo el Embajador de España.

Se alojó en el Hotel Metropol, a dos pasos de la Plaza Roja, de propiedad y explotación de una cadena hotelera japonesa.

Ephrain era –o sigue siéndolo–, un millonario abierto, corajudo, caprichoso e inquieto. Y un experto cazador.

A los tres días de estancia en Moscú ya se había acostado con todas las chicas que habitualmente, a partir de las 17 horas – hora moscovita–, visitaban el bar del hotel. Todas ellas, con título universitario, lo cual a Ephrain le ponía como un chubesqui.

El cuarto día, antes de pasear por la plaza Roja, tuvo una charla con el recepcionista.

–Quiero cazar un oso. Cueste lo que cueste.

El recepcionista fue sincero.

–En Rusia viven miles de osos. Osos pardos y osos negros. Pero no en Moscú y sus alrededores.

–Encuéntreme un oso y será recompensado.

Y funcionó la mafia rusa.

–Señor Douglas. Mis contactos han detectado la presencia de un oso en los aledaños de Moscú. Pero el precio es alto. Los guardas del coto, que le acompañarían, piden 300.000 dólares por su caza. El arma le será facilitada.

–Acepto. Dígame lugar, día y hora.

–Los guardas le recogerán mañana a las 8. También le traerán ropa de abrigo. Y exigen el pago por adelantado.

–No hay problema.

La mafia había funcionado.

A las ocho en punto, Ephrain Douglas IV, esperaba en el gran hall del hotel. Su banco había transferido a una entidad rusa el dinero. Dólares contantes y sonantes, aunque lo segundo, es un decir.

En un lujoso coche con las lunas tintadas, abandonó Moscú la expedición cinegética. Y se adentraron en una urbanización cercana. Dachas de antiguos dirigentes comunistas entre cerrados bosques de abedules. Encontraron el puesto. «La querencia del oso es por ahí», le señalaron. A las 9,10 apareció el oso. Un oso un tanto desnutrido, pero oso total. Y Douglas comenzó a disparar sin ton ni son con su rifle repetidor. Las balas rozaban y se desviaban, o se incrustaban en los troncos de los abedules, y el cazador seguía disparando.

Cuando un oso se asusta o se enfada, se pone en pie apoyado en sus cuartos traseros. Así estaba, cuando apareció por un carril de la urbanización –La Moraleja en versión rusa–, el cartero montado en una bicicleta. El cartero advirtió la presencia del oso, y le silbaron algunas balas sobre la gorra. En vista de la situación, el cartero abandonó la bicicleta, hizo croqueta cuesta abajo, y se refugió para evitar la furia del oso y los disparos de un tipo vestido de cazador un tanto enloquecido.

Los abedules, entregados, siguieron recibiendo los impactos de las balas. El oso, vio la bicicleta en el camino, corrió hacia ella, se sentó en su sillín con un movimiento muelle, y pedaleando, desapareció. La mafia había comprado el oso en un circo, y la bicicleta era su número favorito, su especialidad circense.

Por primera vez en la historia de la Humanidad, a un cazador se le escapaba su pieza montada en una bicicleta.

Ephrain Douglas IV, necesitó de ayuda psiquitátrica.

Los guardas, huyeron, como era de esperar, con el dinero.

Ya repuesto de la humillación, Douglas IV retornó en su «jet» privado a Houston. Repetía continuamente dos palabras. «Oso bicicleta, oso bicicleta»

Dicen que no se ha repuesto del todo, y que está como una cabra.

Su hijo, lleva el negocio petrolífero.

Y del oso nunca más se supo.