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VertebralMariona Gumpert

Además de cornudo, apaleado

Al final, a quien está en su veintena sólo le quedan dos alternativas razonables: emigrar o quedarse a vivir a costa de los demás

Lo de las autobajas por infecciones víricas leves es una gran idea… en abstracto. A cualquiera que no sea un aprovechategui de la vida le va a parecer razonable, al igual que cualquier jefe decente no exige a sus empleados que ocupen sus puestos de trabajo si saben que pasarán la mayor parte de la jornada laboral en el retrete. ¿Qué cosa absurda es ésa de salir de la cama y pasar horas en un centro de salud con fiebre, tos, mocos, agotamiento y tiritona para que un médico certifique que, efectivamente, estás hecho un cromo? ¿Cuando lo único que puede prescribirte es reposo, muchos líquidos e ibuprofeno, amén de darte la dichosa baja? Mentalidad burocrática, mentalidad que se impone cuando desaparecen los vínculos naturales de confianza; triunfan los que se conocen al dedillo las mil y una triquiñuelas para escapar de las obligaciones o incluso cobrar por no hacer nada. Dice mucho de los españoles que las reacciones ante la medida hayan sido negativas. Nos percibimos como un país lleno de golfos en el que los pocos que se dejan la piel currando sostienen a una parte significativa de la población.

La percepción no resulta engañosa si tenemos en cuenta varios factores: la gravísima carga fiscal que sufrimos, la inflación recalcitrante, la media salarial y el porcentaje de parados. A pesar de todo lo mencionado no hay rastro de huelga ni insatisfacción social algunos, por lo que no resulta descabellado pensar que en parte es porque una parte considerable de la población vive a costa de la otra: ayudas, paguitas, apesebrados de la administración y absentistas laborales. Visto así, yendo a lo concreto, se comprende que la medida no haya caído bien entre quienes se sienten expoliados por el Gobierno para sostener al resto, amén de para sufragar ministerios absurdos y partidos independentistas.

El panorama resulta especialmente deprimente entre los jóvenes. Quienes intentan labrarse un futuro en España están condenados a vivir en casa de sus padres o a compartir piso; los salarios son precarios y la estabilidad laboral un sueño roto. Los que estudiaron las famosas «carreras con salida» contemplan un panorama sombrío, una patria donde elegir entre opositar o aceptar salarios ridículos, tres o cuatro veces inferiores a los europeos. La universidad española –de momento– sigue haciendo florecer el talento, pero son Alemania, Inglaterra, Bélgica u Holanda quienes recogen los frutos. Se nos van los mejores.

Así, sin prisa pero sin pausa, va estrangulando el Gobierno la gallina de los huevos de oro que son las empresas y trabajadores que tan sólo desean ganarse honradamente la vida. Recordemos que el 90 por ciento de las empresas españolas son pymes, por no hablar de los autónomos, aquellos para quienes la palabra «baja laboral» no figura en el diccionario. El Gobierno pretende colar –y lo consigue, vaya si lo consigue– la idea de que se crea riqueza y empleo a costa de quienes ya lo tienen. Son como el Barón Munchausen, que pretendió salir de un pozo tirando él mismo de su propia coleta; los abanderados de la economía como un juego de suma cero en el que la riqueza, como la energía, no se crea ni se destruye: sólo cambia de lugar.

Si le sumamos la progresiva desindustrialización y la campaña de acoso y derribo que sufren la agricultura y la ganadería, comprendemos que nuestro país se ve cada vez más abocado al sector servicios, con el turismo por bandera. ¿Cómo retener así a quienes han de tomar el relevo? ¿Qué mensaje les estamos transmitiendo? Al final, a quien está en su veintena sólo le quedan dos alternativas razonables: emigrar o quedarse a vivir a costa de los demás. Porque lo de ser un trabajador honrado en España cada día se parece más a aquello de ser, además de cornudo, apaleado.