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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Desconcierto al otro lado del muro

Esta ya no es la legislatura de Frankenstein, sino la de Drácula

¡Pobres progres! No habían acabado de construir el muro para proteger a la civilización occidental de los peligros de la ultraderecha cuando esta semana descubrieron con estupor que se habían traído a su lado de la pared a la ultraderecha más xenófoba del país. Y lo que es peor: sus socios, lejos de disimular, han preferido hacer ostentación de su ideología excluyente. Han pedido, y aparentemente conseguido, competencias en inmigración para decidir cuántos inmigrantes aceptan y a cuáles pueden expulsar de su territorio. Estamos ante uno de los logros más pintorescos de la mayoría social de progreso sanchista.

El nacionalismo catalán siempre ha sido así; como todos. Cuando alguien cree en una nación identitaria basada en la lengua, la raza o la religión, necesariamente ve la inmigración como una amenaza que viene a diluir dicha identidad. Las cosas que dice Orban y que tanto excitan a las almas puras de la izquierda europea, las decía hace muchos años en España Jordi Pujol. No hay mejor prueba de esa xenofobia que el sistema educativo que les hemos dejado construir en Cataluña, dedicado a crear una nación cultural excluyente, con una lengua única y una historia manipulada y donde no caben ni el castellano ni los derechos de los niños. Por eso Sánchez acertó en su día al definir a Torra como el Le Pen español. Torra ya no está, pero ahí sigue Jordi Turull cuyas explicaciones sobre las cesiones que arrancaron a Sánchez esta semana han sembrado el desconcierto en el legendario equipo de opinión sincronizada: ha sonado la alerta por xenofobia, pero no viene de Vox sino del socio principal de este gobierno. ¡Vaya faena!

Asistir al estupor del progre es un espectáculo impagable aunque, reconozcámoslo, poco práctico. Entre una derecha democrática y patriota y otra derecha indisimuladamente xenófoba, pero que odia a España, nuestra progresía doméstica siempre escogerá la segunda.

Los socios que Sánchez se ha traído a su lado del muro dieron un golpe y nunca se arrepintieron pero les ha indultado; malversaron cientos de millones de dinero público pero les va a amnistiar; amenazan a la justicia y Sánchez mira para otro lado; siempre fueron ultras en materia de inmigración pero se ha avenido a cederles las competencias para que puedan hacer realidad sus planes. Vista así, la mayoría social de progreso no hay por donde cogerla sin mancharse y eso que la legislatura sólo acaba de empezar.

El discurso político que Sánchez había edificado con tanto mimo para justificar sus pactos colapsó el miércoles pasado: no hay estabilidad política sino una humillación permanente. Tampoco hay mayoría de progreso sino el chantaje de una minoría insolidaria y desleal. Bolaños y Montero van dando tumbos como pollos sin cabeza tratando de frenar la hemorragia de respetabilidad del gobierno recién estrenado. Hoy el escándalo es por la inmigración, mañana será cualquier otra cesión igualmente vejatoria.

Sánchez pensaba que podía seguir trasteando mayorías como en la legislatura pasada, pero entonces la oposición no llegaba a los 155 escaños y ahora son 170. Vendió su alma a Puigdemont para seguir en el poder y está claro que el de Waterloo se piensa cobrar la deuda. Como alguien ha escrito, esta ya no es la legislatura de Frankenstein, sino la de Drácula.