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Enrique García-Máiquez

Leña al mono

El mismo Gobierno que impulsa la despenalización de las injurias a la Corona y a la bandera, que se pueden quemar, colgar, escupir, golpear o tirar al río, persigue una piñata que se hizo con el rostro (más o menos) del presidente

Una clase está dedicada al mal. Menos mal que tenemos a santo Tomás de Aquino que lo explica cómo los ángeles y diferencia entre el mal de pena (ay, al enfermedad y la muerte) y el mal de culpa, que es peor. La clase, a pesar de todo, transcurre bien, hasta que ensayo una conclusión: lo único bueno del mal es que nos permite luchar contra él. ¿Demasiado briosa mi conclusión, quizá? Varios alumnos me preguntan que dónde he dejado la misericordia, la paciencia y poner la otra mejilla.

Lejos de mí no ver la superioridad moral de poner la otra mejilla a aquel que te abofetea la primera. Pero hay que matizar bastante. Primero, está el matiz numérico que expuso Primo de Rivera. Para él en la «otra» mejilla, teniendo en cuenta que hay dos, se marca un límite implícito al número de bofetones que uno puede permitir que le arreen: dos. Uno, plas, y se pone la otra mejilla: plas; y hasta ahí hemos llegado. Es una lectura, si se piensa, muy delicada, aunque caben más matices.

Otro es el vocacional. Como hay quien tiene la llamada del celibato y quien no (aunque a la castidad estamos llamados todos), también hay quien tiene la llamada a la mansedumbre y quien no (aunque a la caridad estemos llamados todos). Tan cristiano es un monje benedictino como uno templario, digamos. Volviendo a la bofetada, según Chesterton, en lo que Jesús nos propone «reconocemos una nota natural y limpia, como la que entona un pájaro […] Una nota que contiene un atisbo de esperanza de desarmar al prójimo con la generosidad, una pizca de humor en desconcertar al hombre de mundo con lo inesperado…». Así es. Pero pensemos que también es muy caritativo quien evita que el prójimo cometa algo tan feo como abusar de un débil. Sócrates sostenía, con más razón que un santo, que es peor robar que ser robado. Del mismo modo es peor pegar que ser pegado. Y quien evita a un abusón que recaiga en su vicio hace con su leña al mono una obra de misericordia, como quien no quiere la cosa.

Con todo, el matiz principal, para mí, estriba en la propiedad de la segunda mejilla que se expone. Jesús nos invita a poner nuestra segunda mejilla. No se nos puede olvidar esta cuestión, porque lo que nunca está permitido es poner la mejilla ajena para posar uno de misericordioso, además de indemne. Si un sinvergüenza me abofetea, estoy en mi derecho de ofrecerle mi otra mejilla. Pero si abofetea a mi hija mi deber y, por supuesto, mi derecho, es interceptar muy a tiempo hasta el atisbo de la primera bofetada.

Este matiz tan simple es el que se diluye. Los políticos, la policía y las fuerzas armadas no están para poner nuestra mejilla. Jesús nos pide un compromiso personal con la paz y no un lavarse las manos generalizado o un postureo demagógico. Sin embargo, se ve cada vez más lo contrario. Quienes tenían que ser defensores posan de tolerantes y progresistas transigiendo… con el dolor de los demás.

Hay muchos ejemplos –en la economía, en la educación, en la inmigración…–, pero uno resulta tan elemental que es extraordinariamente pedagógico. El mismo Gobierno que impulsa la despenalización de las injurias a la Corona y a la bandera, que se pueden quemar, colgar, escupir, golpear o tirar al río, persigue una piñata que se hizo con el rostro (más o menos) del presidente. El especialista en exponer nuestra mejilla, tiene la suya extremadamente delicada. Lo moral es lo contrario.