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El observadorFlorentino Portero

Un año crítico

O somos actores, sabiendo quiénes somos y qué queremos, o la realidad nos desbordará

El futuro es siempre una incógnita. No sabemos qué nos espera a la vuelta de la esquina y por eso entendemos que la madurez supone, entre otras cosas, el aceptar esta realidad, el asumir esta cura de humildad. Pero, junto a lo desconocido, está lo programado. Occidente se ordena por normas, instituciones y calendarios que tratan de legitimar los siempre complejos procesos de toma de decisión. En junio seremos convocados para renovar el Parlamento Europeo, una pieza clave del sistema que rige la Unión. No sabemos cuál será el resultado de las elecciones, qué grupos parlamentarios se formarán, dónde se hallarán las claves para conformar una mayoría. Lo único seguro es que tendrá un papel relevante en la formación de la Comisión y en todo el proceso legislativo consiguiente. Puede parecer otra de las tradicionales y casi aburridas rutinas de la vida en democracia, pero si levantamos la mirada y tratamos de entrever lo que espera a nuestros futuros representantes y comisarios la cosa cambia.

Estados Unidos ya ha reconocido que no continuará manteniendo el nivel de ayuda a Ucrania. Lo que la potencia americana no haga debería cubrirlo la Unión, sumando esa cantidad a la propia aportación. ¿Sería posible? No es fácil imaginarlo ya que nos encontramos en un período de alto endeudamiento y bajo la presión de poner las cuentas en orden tras los desequilibrios producidos por la crisis de la covid. No todo es dinero. Ucrania necesita capacidades militares y munición, pero resulta que los europeos hace años que concluimos que la paz ya estaba consolidada en el Viejo Continente, que habíamos superado la guerra, que la paz era un derecho… y no tenemos ni armas ni munición suficiente para compartirlas. ¿Se imaginan las consecuencias que para la Unión Europea y para la Alianza Atlántica tendría el que Rusia consolidara sus posiciones y, a continuación, iniciara una ofensiva hacia el Dnieper? Sin duda, habría un antes y un después de estas instituciones y, en general, de la política europea.

No sólo estamos muy endeudados, además invertimos mal. Llevamos años repitiendo que no hemos reaccionado apropiadamente a los retos que nos está planteando la revolución digital. Creamos fondos específicos para estos objetivos, pero no parece que los estemos gastando de la mejor manera. Nos hemos convertido en líderes legislativos, referencia para el resto del mundo ¡nadie legisla tanto ni tan bien como nosotros!, pero nuestros mejores ingenieros están emigrando. Lo único seguro es que la próxima legislatura europea será fundamental para fijar nuestro papel en la economía mundial, la propia y característica de un tiempo nuevo.

Los europeos hemos dejado de reproducirnos. No parece que tengamos muy claro el sentido de la vida y de ahí nuestro limitado interés en tener descendencia. Nuestro futuro depende de otros, aquellos que opten por inmigrar. Del nivel de integración de estas gentes, de la fusión de distintas culturas en el crisol del Viejo Continente, dependerá la identidad de una nueva Europa que ya está surgiendo.

La Unión Europea reivindica su condición de «actor estratégico», pero nuestra presencia y aporte en los grandes temas de la política internacional es muy militado. A la hora de la verdad unos estados optan por mantener un «perfil bajo» y otros defienden posiciones no compartidas. Por una u otra razón a nuestras autoridades les cuesta mucho fijar posición y mantenerla con cierta coherencia. ¿Hasta cuándo podremos mantener esta situación? O somos actores, sabiendo quiénes somos y qué queremos, o la realidad nos desbordará.

En Bruselas ya están en tiempo electoral. Algunos abandonan sus puestos para preparar la campaña, conscientes de que estamos en un año crítico para Europa. No se trata sólo de renovar cargos sino de despejar incógnitas fundamentales sobre nuestro futuro. Todo depende de nosotros.