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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Podemos, 10 años que nos llevaron al infierno

Es verdad que la Historia, con su fuerza arrolladora, se ha llevado por delante a Pablo. Pero su legado está vivo

Podemos cumple hoy diez años. En esto también Pablo Iglesias rompió todas las inercias: quería asaltar los cielos y terminó en el averno. Ese infierno adonde quería llevarnos a todos y controlarlo desde su celestial dacha. Su programa y sus ideas, lejos de ser derrotadas, las lidera y aplica hoy Pedro Sánchez, principalmente las que fomentan la imposición de un cambio de régimen para liquidar la Monarquía y lograr la ruptura de España. Hace una década que el entonces tertuliano y profesor de la Complutense se presentó exitosamente a las europeas de 2014, para luego montar un partido que a punto estuvo de robar al PSOE la hegemonía de la izquierda, al cosechar más de cinco millones de votos y 69 escaños, y quedarse a 400.000 papeletas de los socialistas. No remató la hazaña, pero consiguió entrar nada menos que en el Gobierno de la cuarta economía de la UE. Diez años después, nunca hemos vuelto a ser los mismos.

Verdad es que él mismo ha terminado atragantándose con la bilis con la que intoxicó nuestra vida; tomó de su medicina, pero no es consuelo. Lo de menos es que los Iglesias hayan convertido su partido en una pyme familiar que gira en torno a tres parejas –Pablo-Irene, Ione-Ignacio Ramos y Juanma del Olmo-Isa Serra–, ni siquiera que atraviese el momento más duro de su historia, sin apenas poder territorial y fuera de las moquetas que desplegó Sánchez a sus pies, ni que su electorado le haya dado la espalda y ya solo fíe a la candidatura europea de Irene su único sostén familiar. Lo de más ha sido que ha corrompido nuestra vida pública, inoculando en la sociedad española el veneno del populismo, las ideas autocráticas con las que el comunismo fracasó siempre y sobre todo la división; la división y el cainismo. Y estos tiempos de ruido y furia.

Esto de la España plurinacional se lo inventó Zapatero, pero su monaguillo Iglesias, el que le robaba el pan y el vino en la sacristía, lo trasladó al BOE. Amigo de las excrecencias más repugnantes de la política española –a Junqueras lo visitó en prisión para ceder a sus chantajes y con Otegui mantiene una amistad que haría vomitar a las cabras–, Pablo ha sido uno de los políticos españoles más sobrevalorados. Con una capacidad para trabajar casi nula, su paso por la política le ha propiciado una habilidad para el ahorro personal envidiable, con un patrimonio infrecuente en alguien de su generación. Su mansión en Galapagar, cuya compra escondió y, una vez destapada, «lavó» con un bochornoso referéndum, fue el punto de inflexión de su impostura, hipocresía e inmoralidad pública. Desde entonces, en su trinchera no queda casi nadie porque purgó, siguiendo el magisterio de su admirado Putin o de su ideólogo Chávez, a todo aquel que le tosió: exigía soldados obedientes y todo aquel que no lo fue terminó en la Siberia podemita. La última, Yolanda Díaz (antes fueron Manuela Carmena, Errejón y tantos otros), a la que ha aplicado inmediatamente el correctivo comunista. Para desmontar su «enciclopédica» cultura política, tan alabada hasta por los analistas de derechas (quizá por contraposición al ágrafo de presidente que tenemos) baste recordar el día en que afirmó que en Andalucía se había celebrado un referéndum de autodeterminación a finales de los años setenta.

Justo es reconocer que, tras el 15-M, supo conectar con la angustia que la crisis generó en parte de la población española. Gracias a las técnicas de la manipulación y la propaganda, estableció un eje que caló: unos estaban arriba y otros abajo, unos formaban parte de las élites y otros eran explotados por ellas, unos eran casta y otros trabajaban para mantenerla. Pronto él se instaló arriba mientras exprimía la desazón de los de abajo. E instauró en la política española un nuevo fenómeno, el medro conyugal, que llevó a su pareja a ser ministra con menos méritos que yo para la física cuántica.

Hoy ha vuelto a donde solía: ha creado una tele-panfleto para seguir carcomiendo el sistema y atacando a los enemigos del macho-alfa, que ya llenan estadios de fútbol: desde excompañeros hasta periodistas que no puede domeñar, pasando por jueces, fiscales y ciudadanos anónimos que osan criticarle.

Es verdad que la Historia, con su fuerza arrolladora, se ha llevado por delante a Pablo. Pero su legado está vivo: si la democracia en España ha empeorado, como falsamente sostenía cuando llegó, no ha sido por el bipartidismo ni por el régimen de 1978. En concurso con otros, ha sido y es mérito suyo.