Virus «progresista» en la moqueta de Davos
Algo va mal cuando las élites de la cumbre suiza aplauden más el discurso del rencor igualitario de Sánchez que la oda al capitalismo liberal de Milei
Cuando Napoleón quería despreciar a sus enemigos ingleses los tachaba de «nación de tenderos». Sin pretenderlo los estaba elogiando. Un tendero debe llevar una vida ordenada, mueve y crea dinero, ha de ser escrupuloso con sus cuentas e ingenioso comercialmente. Un tendero es un pequeño pilar de una comunidad sana, como aprendió desde su cuna Margaret Thatcher, que aunque acabaría en Oxford se crió en la tienda de sus padres de la Inglaterra eterna. El auténtico héroe de los tebeos de Mafalda no es la niña poética, soñadora e instalada en la queja perenne, sino el realista, prudente y estajanovista Manolito, el hijo del tendero gallego. Él representa a los que levantaron Argentina. Ella, la cháchara victimista y paralizante que se la cargó.
La realidad puede contemplarse con prejuicios dogmáticos… o asumiendo lo que hay. La vida real es la mejor vacuna contra el izquierdismo. En mi Coruña natal vi como el capital privado, la llegada de un Corte Inglés, dignificaba un barrio chabolista. Vi cómo se desarrollaba Zara por la idea de un empresario con ojo y como aquello vivificaba la ciudad (el dueño de la disco donde íbamos de chavalines acabó forrado tras montar una empresa auxiliar del gigante, y no fue el único). En mi propia casa observé como mi padre sostenía varias nóminas, y también los sudores que pasaba arriesgando su dinero y tranquilidad como empresario de la mar.
Los pensadores liberales tienen una visión más realista del ser humano que el socialismo marxista más o menos edulcorado, que se inventa un bondadoso serafín que no existe. Concuerdo con el sensato Adam Smith cuando señalaba que «no es por la benevolencia del panadero, el carnicero y el cervecero por lo que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés». Aplaudo también su apelación al sentido común político cuando decía que «poco más se necesita para llevar a un Estado al más alto grado de opulencia desde el más bajo de barbarismo que paz, impuestos razonables y una tolerable administración de justicia, el resto vendrá por el curso natural». Smith anticipó además uno de los problemas que hoy nos atenazan, el victimismo: «Nunca te quejes de aquello que en todo momento está en tu mano arreglar». Y por supuesto sabía que el capitalismo es imperfecto, como toda obra humana: «Allí donde hay gran propiedad hay siempre gran desigualdad».
El socialismo jamás ha funcionado. Incluso la inmensa China solo comenzó a dejar atrás la pobreza cuando su dictadura del PCC se hizo capitalista (y si ahora su economía carraspea es porque Xi ha empezado a controlar a los empresarios). El socialismo paga su error primigenio: para pastorear la economía, el Estado necesariamente ha de constreñir a las personas con sus regulaciones intrusivas, y eso se traduce en una merma de las libertades. El capitalismo es imperfecto, y a veces, abusivo. Pero es lo menos malo y lo más realista. Vale la pena ojear un divertido vídeo donde Milton Friedman explica como para crear un simple lápiz participan docenas de personas de diversos países, que ni se conocen y que cooperan sin recibir orden gubernamental alguna, solo por un móvil común: hacer negocios, ganar dinero.
El socialismo, al que erróneamente se dio por enterrado tras la caída del Muro en 1989, por desgracia ha vuelto (mezclado además con una nueva seudo religión de clima, genero y corrección política censora). Parte de Hispanoamérica ha regresado a los caudillajes de izquierdas que la arruinaron. Y en Europa, España es cabecilla del enésimo experimento socialista. Muchos de los líderes plutocráticos del planeta –con la notable excepción de Musk– han adoptado lo que podríamos llamar el «catecismo progresista». Incluso en Davos, lo más elitista que existe, se silba la melodía. Por eso Milei fue recibido con rictus displicente cuando expuso con su fogosidad característica que Occidente la caga al dar de nuevo pasos hacia el socialismo. En cambio, nuestro particular proyecto de autócrata fue aplaudido con su discurso feroz de izquierda confiscatoria e intervencionista y desprecio al mundo abierto de los negocios. Los divos de Davos compraron el crecepelo de un farsante que denunció ser víctima de «una ola reaccionaria», cuando es él quien está volteando los pilares de la democracia española y su Estado de derecho. Alardeó además de grandes éxitos económicos, ocultando que en su mandato han aumentado la exclusión social y la pobreza infantil, se ha disparado la deuda, hemos perdido poder adquisitivo frente a nuestros vecinos y continuamos siendo campeonísimos en paro (incluso manipulando los datos).
Vuelve el socialismo. Y acabará como siempre: igualación rencorosa a la baja, pérdida de iniciativa, adicción paralizante a la subvención y merma de las libertades a fin de controlar la economía, y en realidad, a las personas.