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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Oiga: usted ha impulsado la fábrica de tarugos

Si Sánchez reconoce que tiene la educación por los suelos, el problema es suyo, por anteponer la ideología y el victimismo a los conocimientos

Mi mujer, que como donostiarra era de francés, aprendió inglés de mayor, pegándose una empollada en una academia de Londres. En su clase estudiaban personas de medio planeta. Pero unos alumnos descollaban sobre todos: los surcoreanos. Se traían las lecciones al dedillo, se concentraba en clase como si todo fuese trascendental y si no obtenían la máxima nota se quedaban alicaídos, desconcertados.

Tras haber sido desde 1910 a 1945 una colonia maltratada por Japón, en 1948 se fundan las dos Coreas. El final del cuento ya lo conocen. Mientras en el Sur han logrado crear un país moderno, puntero en alta tecnología y competitivo, que incluso exporta series y pop a todo el planeta; en el Norte han montado una satrapía comunista de miseria, con un tirano dedicado a acosar a sus vecinos para distraer de la penuria interna.

¿Cómo consiguieron los surcoreanos su milagro? ¿Cuál fue su poción mágica? La educación. Los docentes merecen un respeto reverencial. Los mejores currículos eligen la profesión de maestro y una máxima local reza así: «Al profesor no se le pisa ni la sombra». Los alumnos estudian 16 horas semanales más que la media de la OCDE. Las pasantías, las clases extra de refuerzo, son casi obligadas y rara es la familia que no ahorra para ellas. El resultado es que arrasan en los ránkings educativos internacionales. Todo ese esfuerzo tiene a veces un cruel peaje en forma de depresiones y hasta suicidios escolares, es cierto. Pero el balance final es que a base de hincar codos han levantado un país semi analfabeto, que a priori tenía las peores cartas. La educación los ha hecho grandes.

¿Y cuál es el modelo que propugna el experimento de izquierda populista que padecemos en España desde junio de 2018? Pues exactamente el contrario. El esfuerzo es facha y hay que fomentar la molicie, no vayan a sentirse mal nuestros jóvenes y jóvenas por exigirles demasiado. Los conocimientos no son tan importantes como las aptitudes (léase formar alumnos perfectamente «progresistas»). La mejor educación del país, que resulta que es la de los colegios católicos, está mal vista por el intrusivo Gobierno de socialistas y comunistas. De propina, en lugar de fomentar un currículo común para toda España, se facilita un ensimismamiento paleto en menudencias del terruño y el acoso al tercer idioma más hablado del mundo, aquel que nos une.

La Ley Celáa fue un truño de móvil dogmático y la actual ministra de Educación, Pilar Alegría, no se dedica a trabajar en su cartera, sino a perseguir con odio despectivo a «la derecha y la ultraderecha».

¿Resultado? Tras un paréntesis han vuelto los exámenes Pisa y nos la hemos pegado en matemáticas y comprensión lectora. Pero no pasa nada. Mi Persona ya está en ello. Anuncia un «plan de refuerzo» en ambos aspectos, como si la cosa no fuese con él y acabase de llegar al Gobierno esta mañana.

Oiga: lleva usted casi seis años apalancado en el poder. La fábrica de tarugos es obra suya, y además ha faroleado de las reformas que la han impulsado. Nadie obligó a su Gobierno a elegir un modelo victimista e híper ideologizado, donde «los niños no pertenecen a los padres», sino al Estado (Celáa dixit); donde en dos regiones ya tienen problemas para hablar y escribir en español con corrección y donde lo único que se busca es «crear buenos ciudadanos» (es decir muy ecologistas, muy feministas, muy ateos, muy filonacionalistas y muy obsesionados con la identidad sexual).

Las matemáticas y la gramática son rémoras conservadoras. Donde estén «la emergencia climática» y los «valores de la Agenda 2030», que se quiten Aristóteles y Newton (posibles machistas heteropatriarcales), o la Historia de España (un bochorno que deberíamos sustituir ya por una asignatura de Indigenismo).

Sigamos avanzando de la mano todas y todos hacia la gran meta: la burramia absoluta y una sociedad perfectamente manipulable.