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El observadorFlorentino Portero

Dos estados, la solución

Borrell y sus colegas pueden seguir descubriendo mediterráneos, pero sería más útil que optaran, de una vez por todas, por abandonar su universo postmoderno y fuesen capaces de enfrentarse a la realidad internacional tal cual es

¡Por fin! La Unión Europea ha encontrado la vía para resolver la crisis árabe-israelí, que puede encender todo el Oriente Medio. Se trata, ni más ni menos, que de constituir dos estados entre el Jordán y el Mediterráneo, uno judío y el otro árabe. Una aportación así es sólo comparable al descubrimiento del Mediterráneo, por lo que no deberíamos restarle un ápice de importancia y, sobre todo, de originalidad.

Esta gran propuesta nos llega tras el paso de Josep Borrell por Valladolid, donde ha dejado rastro de su falta de condiciones para el ejercicio de la diplomacia, al tiempo que hacía declaraciones que dudo mucho hayan gustado entre los responsables de la acción exterior europea. Afirmar que Israel ha venido financiando a Hamás, sin aportar ninguna prueba, pero siendo responsable de una institución, la Unión Europea, que se encuentra entre sus principales donantes es, como poco, escandaloso.

El Reino Unido trató infructuosamente de encontrar una fórmula que garantizase la convivencia entre las dos comunidades. Disuelto el mandato, Naciones Unidas aprobó en 1947 una resolución por la que se invitaba a constituir dos estados, con unas fronteras definidas. Los judíos lo aceptaron, los árabes no, porque implicaba el reconocimiento de Israel. Desde entonces hemos vivido guerras convencionales, acciones terroristas, levantamientos… Tras la Conferencia de Madrid se inició el denominado proceso de Oslo, dirigido, de nuevo, a tratar de llegar a un acuerdo básico. El momento crítico fue la cumbre de Camp David, en la que Arafat, el máximo dirigente palestino en aquellos días, rechazó la oferta. Conviene por tanto recordar que si no existe un estado palestino es porque los palestinos no han querido.

La sociedad israelí confió en tiempos en llegar a una solución negociada, pero a la vista de lo vivido no hay esperanza. Tratan de sobrevivir, de sacar adelante su proyecto nacional, sin acuerdo alguno con la contraparte árabe. ¿Es eso posible? Una cosa es que no sea viable y otra que no sea necesario. Esto lo saben muy bien los dirigentes musulmanes, tanto nacionalistas como islamistas, y juegan con ello para hacer imposible el proyecto sionista.

Israel tiene algo más de nueve millones de habitantes, que incluyen distintas minorías entre las que destaca la árabe. A esta cantidad hay que sumar los más de cinco millones de árabes que viven en Gaza y Cisjordania que no son israelíes. Mientras no exista un estado palestino esta población se encuentra, en mayor o menor medida, sometida a Israel, en una situación tan anómala como excepcional. De ahí que Israel necesite separarse de ella, por lo que no puede sorprender que haya sido la parte más interesada en la creación de un estado palestino.

Fracasada la negociación en Camp David Israel ensayó la separación unilateral. En 2005 se retiró totalmente de Gaza, levantando sus asentamientos, y haciendo entrega del control operativo a la Autoridad Palestina. Esa experiencia ya sabemos cómo acabo y qué efectos ha tenido sobre la seguridad de Israel.

Cuando Borrell señala a Netanyahu como si fuera el problema, en un nuevo ejemplo de sus dotes para el ejercicio de la diplomacia, parece ignorar que encontrar hoy en Israel a un político que confíe en la viabilidad de dos estados requiere de una lupa de mucho aumento. No va de éste o ese político, es la sociedad en su conjunto la que no confía, porque sabe qué es la Organización para la Liberación de Palestina y qué es Hamás, cuáles sus vínculos internacionales, sus fuentes de financiación y sus objetivos últimos.

El problema no va del número de estados sino de garantías de seguridad. En su día Netanyahu planteó la posibilidad de que Jordania se incorporara la Cisjordania y Egipto la Franja de Gaza, poniendo en evidencia lo obvio: que Israel necesita separarse de los palestinos tanto como garantías de seguridad. Con buen sentido ambos gobiernos no quieren ni oír hablar sobre esa posibilidad, ya que no desean aparecer ante el mundo musulmán como los opresores de los dirigentes palestinos. Porque, no nos engañemos, quien se haga cargo de la administración de ese nuevo ente tendrá como primer reto acabar con el conjunto de organizaciones terroristas y ese es un plato poco atractivo.

Borrell y sus colegas pueden seguir descubriendo mediterráneos, pero sería más útil que optaran, de una vez por todas, por abandonar su universo postmoderno y fuesen capaces de enfrentarse a la realidad internacional tal cual es. Estos ejercicios de inmadurez y falta de oficio nos alejan de la cada vez más necesaria dimensión internacional de la Unión Europea.