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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Echar a Savater

'El País' tiene derecho a lo que estime, pero cuando un periódico deja de ser una nación hablándose a sí misma, deja de ser un periódico

El País ha decidido prescindir de los servicios de Fernando Savater, una de sus firmas fundacionales, ahora incompatible con la línea editorial del periódico. Desde un punto de vista empresarial, hay poco que reprochar: tiene derecho a incorporar a quien desee y prescindir de quien quiera, y en ambos casos sin dar demasiadas explicaciones.

Nos ha pasado a todos, y una buena costumbre es no pedir demasiadas explicaciones al salir, para no tener que darlas al llegar. Marcharse con elegancia, se piense lo que se piense, coloca al afectado en ese estatus educado que abre nuevas puertas y, en todo caso, no estropea un buen libro con un mal epílogo.

Yo, al menos, me despedí con agradecimiento que mantengo de lugares como Onda Cero, la Cadena Ser o ABC, hostales provisionales de huéspedes efímeros que nunca tienen la cama segura. Conviene tenerlo claro en un mundo que solo reserva butaca fija a los espectadores más afortunados.

Tampoco es del todo discutible que la razón del despido de Savater sea que, además de tener una opinión distinta a la de su periódico, la tenga contra el periódico. El matiz es importante: yo no tengo que pensar y escribir alineado con todo lo que piensa y escribe El Debate; pero parece razonable que respete a la cabecera en la misma medida que espero que me respete ella a mí. Tenemos que querernos y convivir, coincidamos o no en cada lance de la vida.

Ahora bien, al tomar esta decisión, hay efectos secundarios inevitables. Un periódico es una empresa, pero un buen periódico es algo más que una empresa. Es, según resumió Arthur Miller, «una nación hablándose a sí misma».

Por eso El País puede prescindir de un icono de la resistencia cívica, intelectual y activa a los mayores desafíos de la democracia, pero no puede creerse a la vez un gran periódico. Porque no quiere ser el espacio donde España se hable a sí misma, sino el altavoz del mensaje de Pedro Sánchez a media España, a costa de la otra, financiadora de sus agresores a más inri.

Eliminar a un incómodo testigo directo de los hechos es una confesión de culpa a la vez y un intento de borrar las huellas del crimen. Porque la pregunta no es si Savater ya no se parece a El País, sino por qué El País no se parece a Savater y un poco a sí mismo.

En 1981 tituló su portada con un elocuente «El País, con la Constitución», en un diálogo impreso con los españoles en aquella larga noche de los transistores. Hoy titula a diario algo parecido a «El País, contra el país», en una conversación unidireccional con Pedro Sánchez, a quien solo le falta aparecer en la mancheta.

La llegada de Sánchez a la Presidencia por primera vez, con una moción de censura que El País repudiaba por la naturaleza de sus promotores y las intenciones que escondía, hoy ya todas visibles y en marcha, coincidió con el relevo en la dirección del periódico de un buen director, Antonio Caño, que era más español que socialista y más periodista que político.

Lo extraño es que Savater haya durado seis años. Y lo curioso es que El País no se haya dado cuenta de que, manteniéndole a él, a Vargas Llosa o a Cebrián, disponía al menos de una coartada. Ahora ya ni eso.

No hay aplausos sanchistas ni negocios suficientes, en Indra o allá donde el Gobierno lo permita, que compense del todo darle con un portazo en las narices a esa nación que a El País, como a Sánchez, también le parece ya una incómoda compañía.