Teresa Ribera, el nuevo brazo armado
El PSOE de Pedro Sánchez no quiere militantes, sino soldados. Y los soldados hacen lo que se les pide, así que Teresa, si es menester, se presta a la pantomima de ir en bicicleta a un encuentro climático en Valladolid para hacerse una foto
Teresa Ribera está en campaña. No es casual que haya sido la elegida para atacar al poder judicial, antes a los empresarios, hace meses a los presidentes autonómicos de Andalucía, Murcia y Galicia, y veremos quién será la próxima víctima. Que la vicepresidenta tercera del Gobierno se haga ahora bucólicas fotos con Juan Moreno o con López Miras no debe hacernos olvidar que es una de las sanchistas más sectarias que pisan la política española, sacerdotisa del dogma climático. Por ello, en la mañana del pasado viernes fue mandada por Moncloa a TVE para arremeter contra el juez García Castellón y, de paso, convertir los pélets en un problema de Estado, cuyo culpable naturalmente es Feijóo, que curiosamente no gobierna el Estado. Anteriormente, se había dedicado a insultar al CEO de Repsol, Josu Jon Imaz, al que llamó populista y demagogo por no compartir el sesgo ideológico de las políticas medioambientales de la UE, del que ella es una de sus más activas representantes.
Por mucho que desde el Gobierno se haya intentado silbar y mirar al tendido para que Europa no tenga que intervenir en lo que es una vergonzosa injerencia del Ejecutivo en el Poder Judicial, lo cierto es que Ribera dijo lo que dijo porque alguien le dijo que dijera lo que dijo. Teresa es un soldado del sanchismo, incapaz de actuar por libre, como antes lo fue de Zapatero, con quien echó los dientes como secretaria de Estado de Cambio Climático. Ingresó en el primer Gobierno de Sánchez con unas famosas declaraciones en las que defendía que «el diésel tiene los días contados», lo que hundió las ventas del sector automovilístico, que representa el 12 por ciento del PIB.
Y es que desde que ocupa un Ministerio no ha hecho más que complicar la vida a media España. Se ha intentado cargar los toros, la caza y el diésel, actividades a las que su sectarismo ha hecho un daño letal. Cómo olvidar cuando, en plena ofensiva para el ahorro energético, elaboró precipitadamente una chapuza de decreto que igualaba a los hosteleros de Finisterre con los camareros de un chiringuito de Algeciras.
El PSOE de Pedro Sánchez no quiere militantes, sino soldados. Y los soldados hacen lo que se les pide, así que Teresa, si es menester, se presta a la pantomima de ir en bicicleta a un encuentro climático en Valladolid para hacerse una foto, y encantada de contribuir a la impostura del Gran Líder. Que hay que llamar señorito al presidente andaluz, pues ahí está la vicepresidenta para abundar en los clichés de la izquierda, que todavía le dan réditos. Y siempre con la cantinela del terrorismo medioambiental y el negacionismo, la ideología woke de la que es firme defensora: una ecolojeta de libro, con una vida pija que lo más parecido que ha visto de la dura vida del campo es un bigudí. Ella cultiva la cultura de la cancelación: fuera García Castellón, fuera Imaz y fuera todo aquel que cuestione el autoritarismo ideológico de la izquierda y sus tópicos del animalismo, el ecologismo y el feminismo.
No la perdamos de vista porque aspira a encabezar la lista europea del PSOE, desde que Moncloa nos asaeteó con una imagen suya rodeada de ministros en una cumbre europea para fijar el tope energético, para ver si nos creíamos que estábamos ante una nueva Simone Veil, la misma que dio pábulo a una delegación de diputados alemanes para hacer daño a nuestros productores de fresas en Huelva con la sequía de Doñana de trasfondo. Hace bien la oposición en llevar sus impresentables declaraciones contra un magistrado de la Audiencia Nacional, que ha tenido el arrojo de investigar por terrorismo al socio de Sánchez, Carles Puigdemont. Su objetivo era regalar los oídos al que tiene el botón nuclear de esta legislatura y la puede mandar a casa. Y está bien que en Europa vayan conociendo la calaña del personaje, que, por cierto, es ministra de Reto Demográfico. Reto que, en sus manos, también va de cráneo.