Sánchez, amigo para siempre
Resulta entrañable la bonhomía y lealtad con la que este presidente enchufa a sus amigotes a dedazo limpio (y aquí no pasa nada, por supuesto)
A veces pienso que he recibido malas cartas en la lotería de la cuna. Nací en 1964 en el córner Atlántico de La Coruña, a cien metros del oleaje de la playa de Riazor. Además, soy bajito, y por tanto poco apto para el baloncesto, aunque Tyrone Bogues llegó a jugar como base en la NBA levantando del suelo solo 160 centímetros.
En cambio, si hubiese nacido en Madrid en 1972, si hubiese sido más alto, si mis padres me hubiesen enviado al instituto Ramiro de Maeztu… si hubiese tenido esa inmensa suerte habría arreglado mi vida laboral de tacón y sin despeinarme.
«Amigos para siempre», rumbeaban Los Manolos en los Juegos de Barcelona. Y hay alguien que se lo ha aplicado. Resulta entrañable, incluso conmovedora, la lealtad con la que el presidente Sánchez solventa los problemas laborales de sus amigos de los días de juventud y/o de baloncesto en el Juvenil B de Estudiantes (donde se beneficiaba de su 1.90 y más o menos cumplía, pero carecía de clase para ascender al primer equipo).
Quién iba a decir que andando el tiempo aquel baloncestista mediocre se convertiría en la Agencia de Colocación Sánchez, filantrópico benefactor de sus amiguetes. El primer receptor de los magnánimos dedazos fue Iñaqui Carnicero, amigo desde los nueve años y arquitecto de profesión. La crisis lo dejó sin trabajo y acabó emigrando a Estados Unidos. Estando en la oposición, el siempre leal Pedro comentó en un programa de televisión: «Tenemos que traerlo a España».
En contra de su práctica habitual, en esta ocasión sí cumplió su promesa. En el verano de 2020, aprovechando que la pandemia lo copaba todo, le inventó un cargo en el Ministerio que llevaba Ábalos: director general de Arquitectura y Agenda Urbana. Estuvo en ese puesto hasta febrero de 2023, cuando fue promocionado dentro del mismo Ministerio a secretario general. En su etapa como director general lo dio todo y más. En solo dos años y pico hizo 71 viajes (uno cada 13 días). El bueno de Iñaqui, un simple director general, resulta que necesitó volar de manera imperiosas a Tokio, Nueva York, Santiago de Chile, Helsinki, Praga, Zagreb, Roma, Frankfurt… Todo apoquinado por nuestros impuestos. Si su amigo lo llega a hacer ministro, este tío se va a Marte en un cohete de Elon Musk.
Siempre detallista con los viejos amigos, Pedro enchufó también a la mujer del bueno de Iñaqui, que encontró raudo un chollete en un chiringuito llamado Sociedad Mercantil Estatal de Gestión Inmobiliaria de Patrimonio.
En el mismo año en que se inventó un empleo público para Iñaqui, el dedo benefactor del presidente se posó también sobre otro amigote del baloncesto, Luis Miguel Fernández, que pasó de poli municipal en Madrid a flamante director de Seguridad de la Sepi, un cargo también creado a la carta, que no existía.
Juan Manuel Serrano es otro buen amigo. Socialista y funcionario de la FEMP, en 2014 apostó por un tal Sánchez en sus primarias contra Madina. Incluso le hizo de chófer. Tras la victoria de su amigo, se convirtió en jefe de gabinete de la Ejecutiva del PSOE. Cuando Sánchez asalta la Moncloa en 2018 de la mano de Junqueras y Otegui, Serrano está convencido de que se convertirá en su gurú de cabecera en el Gobierno. Pero Sánchez prefiere probar con Iván Redondo. Sin embargo, una vez más, el presidente muestra su bondad innata y su alto sentido de la amistad y consuela al tal Serrano con un dedazo épico: lo convierte en presidente de Correos, materia sobre la que sabía lo mismo que yo sobre el cuidado de las pezuñas del ñu tanzano. Resultado: gestión calamitosa, pérdida brusca de cuota de mercado y un pufo de mil millones.
No pasa nada. Tras su recital de incompetencia en Correos, Serrano ya ha sido premiado con una nueva canonjía. Será el presidente de la Seitt, un organismo público que agrupa las autopistas quebradas que hubo de rescatar el Estado. Un estupendo balneario que le ha buscado su amigo.
Como buen socialista, Sánchez nunca deja a nadie atrás. En algunos países excéntricos y pocos desarrollados a estas prácticas las llaman nepotismo y al gobernante al que pillan utilizando el dinero público para enchufar a sus amigotes lo obligan a dimitir. Aquí no pasa nada, por supuesto. El problema es el beso de Rubiales a la futbolista que se tronchaba de risa y lo aupaba encantada, una agresión sexual con petición de 14 años de chirona.
Me apena no haber coincidido en el Estudiantes con Peter, aunque fuese llevando el botijo del equipo. Con un amigo como él, a estas horas podría verme de presidente de la mismísima SPPHAPG (Sociedad Pública de Promoción del Hueso de Aceituna con Perspectiva de Género). Y eso como poco…
El PSOE está convirtiendo la vida pública española en un chiste sórdido.