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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Consternación y abatimiento

¿De qué y por qué has dimitido, Lilith?

No asumo que no me haya llamado para adelantarme su decisión.
No comprendo su silencio.
Ella me requería para consultarme sus dudas y yo siempre que pude intenté despejarlas.
Me siento consternado y abatido.
¿Qué te hecho, Lilith?

En el fondo, y a pesar de tu fortaleza y gracia natural, te sentías desamparada. No estabas a gusto. Y como eres una mujer de sangre caliente, de volcanes ocultos, de prontos imprevistos y tajantes, has dimitido. ¿De qué y por qué has dimitido, Lilith? Tu trayectoria política y parlamentaria podía calificarse de excepcional y brillante. Cuando te incorporabas de tu escaño para intervenir, temblaban tus adversarios. Y si en alguna ocasión te fallaban las ideas y no encontrabas las palabras adecuadas, tu carácter y temperamento suplían el vacío mental y arrasabas a tus contrarios con o sin argumentos.

Recuerdo con emoción tu momento culminante. Centenares de miles de seguidores te rodeaban. No me atrevo a escribir que millones de seguidores. Dejémoslo en centenares de miles. Con ese desparpajo populista que, con su habitual sagacidad, descubrió en ti nuestro amado líder Pablo Iglesias, con la rotundidad de tu voz, con la gracia de tu gesto y tus movimientos de brazos, con tu originalidad verbal inigualable, nos anunciaste que «¡España, mañana, será republicana!». Y lo proclamaste con tanta convicción y atrevimiento, que todos los que estábamos ahí, los centenares de miles de tus seguidores, espontáneamente coreamos tu pareado. Y tu imagen dio la vuelta al mundo. Nadie se había atrevido, hasta ese momento, a emitir un mensaje más claro y esperanzador. Y pensé en el orgullo de tu padre, en la emoción de Pablo, en el entusiasmo de Irene y de «Ione», en las futbolistas de la Selección, en Cristina Almeida cuando rechazó el chicoleo con Bertín Osborne... en tantas personas luchadoras que, a decir verdad, y debo reconocértelo, se me quedó la cabeza hueca y el ánimo desbordado por la agitación. Al fin, una mujer valiente se había atrevido a tararear en público el mensaje de la clandestinidad. «¡España, mañana, será republicana!».

Lógicamente, subiste varios escalones en Podemos. Y te invitaron a viajar a Nueva York. Ahí te conocieron de verdad. Tus comentarios, tus ironías, tu arte en la charla, tu gracia belga… Volabas hacia arriba como un cohete, y aunque tú no compartías mi devoción por la poesía de Juan de Yepes, San Juan de la Cruz, te recordé alguno de sus versos – adaptados al momento, de su Canto Espiritual, manuscrito de Jaén.

Y fui, tan alto, tan alto
Que le di a la caza alcance

Y de golpe, sin avisar, sin consultarme, el cohete se gripa, el cohete deja de ascender, el cohete se precipita hacia los suelos, y el cohete se descacharra. Y te vas. Abandonas cuando tenías la caza a tu alcance, cuando se pensaba en ti como la Meloni de la izquierda, cuando muchos de los que estuvimos acampados en la Puerta del Sol, uníamos tu figura a nuestro futuro. ¡Qué noches aquellas, Lilith! En la tienda de campaña de Pablo, Errejón, Monedero, Espinar, Carolina Bescansa, Mato, Irene, Tania –se trataba de una tienda muy flexible–, todos arrobados, oyendo las canciones de Paco Ibáñez mejoradas por tu voz.

Y te has ido. Sin darme explicaciones, y lo que es peor, sin pedirme consejo.
Consternación y abatimiento. No obstante, te deseo lo mejor aunque la España republicana se desvanezca por tu ausencia.
Y ahora, Lilith… Yo, ¿qué hago?