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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El cartelito de marras

La Semana Santa de Sevilla no necesita de cartel alguno, ni afortunado ni polémico. Pero el cartel de este año merece una pronta retirada

Mi compadre, Antonio Burgos, se habrá llevado un berrinche. En la distancia que se establece entre Sevilla y el Misterio, donde Antonio habita, las cosas se ven de distinta manera. Y el berrinche pasa a disgusto y breve lamento. Antonio era muy estricto y medido como buen sevillano con los carteles de la Semana Santa de la Vieja Dama, de Sevilla. Parece ser que la responsabilidad de los aciertos y desaciertos de ese cartel –¿Necesita la Semana Santa de Sevilla un cartel?–, es del Consejo General de Hermandades y Cofradías de Sevilla. Ignoro si este Consejo depende total o parcialmente de las subvenciones del Ayuntamiento, presidido por don José Luis Sanz, Alcalde sevillano del Partido Popular. O del Gobierno de Andalucía, el de Juanma, el primoroso bailarín de la Yenka, izquierda, izquierda, derecha, derecha, adelante, detrás, un, dos tres.

O simplemente, sin subvenciones oficiales, el cartel es responsabilidad del Consejo General de Hermandades y Cofradías de Sevilla. Lo que está fuera de toda duda es que el cartel de 2024, que han elogiado personalidades tan afincadas en Sevilla como Euprepio Padula y Gabriel Rufián, ha creado una polémica tan firme como razonable.

El rostro de Cristo se conoce. Está dibujado milagrosamente en la Sábana Santa, que ha pasado por todas las pruebas científicas para certificar su autenticidad. Es el rostro del dolor de un hombre camino de la Cruz. El rostro del martirio inhumano que padeció. Quién camina a duras penas hacia el Calvario, es Dios, pero aún es hombre, es un ser humano que padece el más brutal de los sufrimientos. Y su rostro es herida y serenidad. El Cristo del cartelito de marras, obra de Salustiano García, carece de expresión, se acerca a la estética «gay», y parece depilado mediante rayos láser. Es un Cristo flojo, entregado, apenas sufriente. Pero muy alejado de la imagen que todos los cristianos tienen y guardan de Jesús de Nazaret.

El arte es libre. Pero también es libre la aceptación o el rechazo de una presumible obra artística. Y por las expresiones de los presentes en el acto de presentación del cartel de la Semana Santa de Sevilla –¿Necesita la Semana Santa de Sevilla un cartel?, insisto–, los hermanos y cofrades se mostraron satisfechos ante la mamarrachada expuesta. No se trata de un insulto pictórico malintencionado. Se trata de una interpretación errada que supera la impostura. El hecho de que Salustiano, –autor y padre del modelo–, haya elegido a su hijo para afeminar la imagen de Cristo, abre las puertas de la sospecha. Ahí no hay dolor, no hay sufrimiento, no hay tortura, no hay sacrificio ni hay nada de nada. Un Cristo que nada recuerda a Cristo para anunciar la Semana Santa más sentida, amada, llorada y artística del mundo.

Creo que, con permiso de Euprepio Padula y Gabriel Rufián, el Consejo General de Hermandades y Cofradías de Sevilla haría bien en retirar esa cosa con urgente determinación. Le deseo a Salustiano García toda suerte de éxitos en el futuro, pero no parece estar capacitado para plasmar el sufrimiento de Jesucristo. Y la Semana Santa es la memoria anual de ese sufrimiento, que envuelve de tristeza, esperanza, autenticidad y estética a toda una ciudad como Sevilla.

Si no hay tiempo para crear otro cartel, que no haya cartel. La Semana Santa de Sevilla no necesita de cartel alguno, ni afortunado ni polémico. Pero el cartel de este año merece una pronta retirada. Estoy seguro de que García no tenía intención de menospreciar a Jesús. Pero lo ha menospreciado, y es motivo suficiente para llevar toda la cartelería al almacén de los cofrades y los hermanos. Y que hagan con ellos lo que quieran. Todo, menos exhibirlo.