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Al bate y sin guanteZoé Valdés

Energúmenas

Si por mí fuera las condenaría sin vacilación a 521 años de cárcel, los mismos años de existencia de La Gioconda, a limpiar el piso del Louvre, o mejor, a limpiar los suelos de una celda en Cuba o en Corea del Norte

Recién dos tipejas que defienden la causa de los verdes, y no precisamente de los mocos, aunque es con lo que más tendrían que identificarse, sino de los partidos 'ecologetas', lanzaron chorros de sopa contra el cristal de la legendaria obra La Gioconda o Mona Lisa de Leonardo Da Vinci en el Museo del Louvre, mientras que a la vez por su boca expelían sonidos onomatopéyicos acoplados con halitosis vegana en una jerga que nada tiene que ver con el lenguaje humano civilizado.

Enseguida, tras la acción o performance, se desembarazaron de los abrigos y mostraron esas tristes camisetas de mala calidad fabricadas por los niños esclavos en Paquistán o en China, con unos letreros o inscripciones que ni siquiera intenté leer o descifrar lo que ponía en ellas; no sólo porque no me interesa nada qué quieran expresar estas, a ver… –¿cómo es que las denominaron?– ah, sí: «Activistas», o energúmenas, da igual, sino porque a mí el comunismo me vacunó hace rato contra toda esa infamia de jerigonza trasnochada e impuesta por la más rancia de las izquierdas.

Aunque, no niego que me puse mala con el hecho de que esas dos amebas agredieran a La Gioconda, pues percibí la agresión como propia, como si me embistieran a mí; como si la sopa Liebig chorreara por mi rostro y por mis ropas recordándome que fue la primera sopa que Fidel Castro prohibió a los niños cubanos por el mero hecho de que se trataba, según él, de una marca norteamericana de conservas (luego nos obligó a meternos las soviéticas, que llegaban vencidas por barcos desde la taigá), cuando en realidad es francesa. Y eso sí que no, qué va, volver al hambre de ninguna forma.

Es verdad que estas dos protozoarias no han sido las primeras en cometer semejante delito, es probable que tampoco sean las últimas. La 'humalidad' está repleta de patulea trastornada, que son capaces de privar a las personas normales del placer de contemplar una obra de arte con tal de recordarles –según sus turulatos anhelos– que hay gente que come mal en el mundo. Como si a ellas les importaran tanto los cubanos que no tienen nada que comer en Cuba…

Todo lo contrario, para este tipo de mongofieras en Cuba es donde imaginan que se come bien y hasta correctamente.

Y, ojo, que al menos ahora no se pegaron con superglú al marco del cuadro, o al cristal que lo protege, porque al parecer las que lo han hecho con anterioridad perdieron el pellejo en la gracia. O estas morrallas no estaban lo suficientemente avitualladas para culminar la acción.

No obstante, yo, en estos casos, no sé si se ha logrado en los anteriores, tras la detención (doy por supuesto que fueron detenidas por los agentes del orden público) las acusaría de daño irreversible contra el arte y el patrimonio. Las conduciría de inmediato a juicio frente a un tribunal compuesto por supervivientes de la Siberia y de las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción, campos de concentración castristas), que deberían juzgarlas y condenarlas mediante justicia marcial, y aquí sí cabría eso de «revolucionaria»…

No tengo la menor idea de a cuánto tiempo de punición o castigo merecieran ser condenadas, si a años o décadas de cárcel o sólo a una multa, que presumo podría llegar a ser descomunal, aunque si por mí fuera las condenaría sin vacilación a 521 años de cárcel, los mismos años de existencia de La Gioconda, a limpiar el piso del Louvre, o mejor, a limpiar los suelos de una celda en Cuba o en Corea del Norte, además de que el estipendio carcelario que recibieran tendría que ir a parar a los monederos de las madres de los presos políticos cubanos y norcoreanos. Iban a ver ustedes las ganas que se les quedarían de repetir la «audacia ecologeta» a semejantes chusma de la basura planetaria ambiental.

También es cierto que con lo que estamos viendo en España, con el nuevo ministro cultureta «descolonizador», a lo mejor lo que reciben es una condecoración, una medalla de hojalata, o el Premio Velázquez de las Artes; el mismo que le dio la albóndiga precedente al boniato relleno del performance y el cambio-fraude cagonio.