Blancos o negros
El problema no es el aparente buenismo de 'La ley del mar'. El problema es que no existan más producciones que muestren otras caras de la inmigración
No es cierto que la filosofía no dé para comer; lo que no da es para cenar. Algo parecido ocurre con el cine español. No todo él es malo, más bien lo contrario (cosa distinta son los propagandistas de los Goya y demás). Hace unos días terminé la miniserie Balenciaga, protagonizada por Alberto San Juan. No soy experta en el género audiovisual, pero la disfruté mucho. La fotografía y el uso de los silencios son maravillosos, y San Juan me resultó totalmente convincente. El director podría haberse centrado en la homosexualidad de Balenciaga –comodín de éxito woke– pero trata el tema sólo en la medida en que es importante para la trama. ¿Y qué decir de «La sociedad de la nieve»? Ha sido un gran éxito, a pesar de ser un remake. Podría haber convertido la película en algo morboso o que romantizara el suceso, pero Bayona ha sabido esquivar estos dos extremos con maestría. A lo sumo, se puede criticar que haya reducido el componente católico que unió a los supervivientes a una espiritualidad difusa.
Tengo pendiente de ver La ley del mar, miniserie de tres capítulos que estrenó en bloque TVE1 el pasado 21 de enero. Recrea una historia real de 2016: los navegantes de un pequeño pesquero con capacidad para diez personas rescataron a cincuenta que iban a la deriva en una patera. Dos de ellos eran una mujer embarazada y una niña pequeña. Cuando tratan de llevarlos a puerto, las autoridades les deniegan la entrada por ir en contra de las leyes de inmigración. El elenco de actores es bueno; por eso, y porque la historia que cuenta refleja lo mejor de nuestra condición humana, creo que lo más probable es que me guste la serie.
Ahora bien, podría ir condicionada a verla con malos ojos. Más buenismo, pensarán muchos. Y quizá sí, quizá quienes han llevado el proyecto a cabo hayan tenido la intención de querer que el espectador se solidarice con historias reales y dramáticas. No sólo tienen derecho, si no que a mí me parece muy oportuno en este caso. En occidente vivimos una situación de excepcionalidad histórica que damos por supuesta: las madres y los niños no se mueren al nacer, dormimos bajo techo, podemos ducharnos en casa y comer tres veces al día. Gracias a La ley del mar quizá muchos valoren lo que tienen. También me gusta la idea de que se nos recuerde que, a pesar de ser de sitios tan distintos, al final del día todos somos personas, y lo que nos humaniza es mostrar compasión por el necesitado. Todo lo que nos conduzca a incidir en estas ideas es bienvenido.
El problema no es el aparente buenismo de La ley del mar. El problema es que no existan más producciones que muestren otras caras de la inmigración. Tener sólo una de las caras del drama de la inmigración nos lleva a algo peor que ignorar la realidad; nos conduce a deformarla. La salida no puede consistir en la crítica o censura vehementes de películas, series o documentales, sino que se lleven a cabo en libertad otras producciones que pongan el foco diferentes aspectos del asunto, por ejemplo, las mafias que explotan a los inmigrantes para traerlos a España en condiciones paupérrimas. Un documental sobre lo que está pasando en Canarias y en Barajas no vendría nada mal. Lo que más nos preocupa de la inmigración ilegal –con razón– es el aumento de la peligrosidad que ha llevado consigo por un manejo completamente irresponsable del asunto. Podría hablarse también de las condiciones miserables en las que viven muchos inmigrantes ilegales para sacar adelante cierto tipo de tareas agrícolas. Existe mucho debate sobre la inmigración musulmana y la supuesta situación de privilegio respecto de ayudas sociales por cuestión de origen y religión, ¿qué tal un documental que aborde el tema en profundidad y ánimo objetivo? ¿Qué lo confirme o desmienta explicando los porqués?
Es la conjunción de perspectivas la que nos ayuda a ser más ponderados en nuestros juicios y reacciones. Así, uno llega a la conclusión de que puede estar en contra de la inmigración ilegal y, al mismo tiempo, acoger con cariño y caridad cristiana a los que nos encontremos en diferentes circunstancias en el día a día. No es relativismo, es cuestión de saber ir más allá del blanco o negro, nunca mejor dicho.