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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Los Sánchez y Sánchez

Ojalá esta Sánchez demuestre, como su brillante currículum indica más allá de su filiación política, que no todos los Sánchez del régimen se venden por un verano más en La Mareta

María Ángeles Sánchez Conde, teniente fiscal del Supremo, otra Sánchez que llega a nuestra sucia vida política. Y me temo que no defraudará a su jefe inmediato, Álvaro García Ortiz, ni al remoto, aquel Sánchez que dejó muy claro de quién dependía que, por ejemplo, ella siga en su puesto, que Ortiz cobre todos los meses y hasta el sursuncorda si se pone chulito. Estoy hablando de Su Sanchidad, que es más ya que cualquier Sánchez al uso, un sucedáneo de Napoleón de Pozuelo, que ha tomado dimensión de autócrata al que nada le detendrá para conservar la poltrona.

Por tanto, desde que la Junta de Fiscales de Sala del Supremo le diera un revolcón olímpico a García, que mintió primero diciendo que no había habido dos informes sobre Puigdemont y luego cuando se lo pusieron ante la nariz, aseguró en un nuevo embuste que no había hablado con el ínclito Redondo para que cambiara la calificación, la pelota está en el tejado de la Sánchez teniente fiscal. Esta Sánchez es tan amiga de García, que le amadrinó cuando el hoy calcinado Ortiz tomó los hábitos de fiscal general sin reunir los requisitos de idoneidad, como le reprochó el CGPJ. Pero él se pasó aquello por el forro de su toga y sucedió a su amiga, otra conocida de la afición, apellidada Delgado (Lola, para Villarejo), a quien enchufó en una fiscalía de nuevo cuño –de Memoria Democrática se llama– cuya designación por parte de Ortiz fue calificada como «desviación de poder» por el Tribunal Supremo.

Es decir, el enredo en el Ministerio Público es mayúsculo y tan tóxico como todo lo que toca el presidente del Gobierno: Sánchez nombra a Delgado ministra de Justicia, Delgado se marcha sin haber hecho nada por la justicia española por lo que Sánchez la premia con la Fiscalía del Estado, que abandona finalmente para dejarla en manos de su amiguete García, que enreda a Redondo para que se autoenmiende, protagonizando un papelón bochornoso para incluir a Puigdemont en la ley de amnistía, y finalmente es otra Sánchez, mano derecha de García, la que decidirá si el forajido se libra de la investigación y sigue insuflando oxígeno a Pedro o le deja morir por inanición. Bueno, por inanición y por mentiroso, por prometer lo que ni un inmoral como él podía cumplir: amnistía integral, inmediata y a base del silencio de la judicatura y de Europa, que ayer puso pie en pared sobre la vinculación del huido con Putin. Es decir, enterró un poco más la aberración pactada con Junts.

La contundencia numérica del varapalo de la Junta del Supremo a García –once frente a cuatro– fue tal, que la Fiscalía se va a tomar un respiro para ver cómo arregla el entuerto, sin que el Sánchez que más manda se enfade y haga rugir al león de Waterloo. A esta nueva Sánchez también la promocionó en su carrera Delgado y luego Cándido Conde-Pumpido –¿qué puede salir mal, pues?–, así que cuando tenga que elegir entre pedir en su ponencia que no se investigue por terrorismo al fugitivo o hacer caso a la inmensa mayoría de la Junta de Fiscales del Supremo, que sí ve indicios para la imputación, es de esperar que le pesen las obediencias debidas. Ojalá que no y esta Sánchez demuestre, como su brillante currículum indica más allá de su filiación política, que no todos los Sánchez del régimen se venden por un verano más en La Mareta o, en su caso, por un puesto de teniente fiscal hasta el final de la legislatura. Entre Sánchez y Sánchez anda el juego.