El campo contra la dictadura «ambiental»
El campo le ha declarado la guerra a Bruselas porque Bruselas se la lleva declarada, sordamente, al campo desde hace lustros y lo está matando a cámara lenta. Y Bruselas es decir todos y cada uno de los gobiernos de la UE. O sea, todos nosotros
La Unión Europea, entregada a los más buenistas delirios urbanitas e ideológicos ha convertido a la ecología en animalismo, la conservación en sectarismo medioambiental y a agricultores y a ganaderos, vacas y cereales en especies peligrosas que conviene erradicar. Los campesinos autóctonos, o sea el conjunto de personas que viven de y en el medio rural son, de inicio, previsibles delincuentes a los que es preciso amarrar en corto y aplastar con una losa de normas e imposiciones que pareciera que lo que se persigue es que abandonen tan arcaicas y retrógradas actividades y «urbanicen» de una vez. Por poner un ejemplo. Se ha llevado al imaginario colectivo que los pedos de las vacas son los causantes de que el clima esté abocado a una catástrofe sideral, sea por diluvio o desertización universal, eso depende del día que tengan los gurús meteorológicos, pero que hecatombe segura.
La revuelta campesina tiene, desde luego, poderosas razones económicas, los productores de alimentos resultan ser los últimos y peor pagados de la cadena pero también aflora una razón social, de consideración y trato, de maltrato más bien hacia su figura y actividad. No hace sino escuchar al eximio y deslomado espejo de currantes, el jefe de CC.OO. deslegitimando su movilización. No tienen derecho dice porque además son «empresarios». Sí… con ellos mismos como único trabajador en la mayoría de los casos y corriendo ellos con todos los riesgos y el pago de su propio salario.
Los políticos y burócratas europeos, afiliados por encima de siglas políticas, a la filosofía woke, o sea a los dibujos animados de la factoría Disney convertidos en filosofía y ciencia, entienden al campo como una postal a la que ellos pueden irse de relax el fin de semana. Para lograrlo han llevado al mundo rural a tales normativas que cada vez resulta más difícil vivir de las labores agrarias y sostenerse a las poblaciones que siempre han vivido allí cultivando las tierras y criando animales de abasto. En vez de ello, lo guay, el recambio es una jardinera con tomatitos en el porche y una mascota para pasearse. Eso es lo progresista, ecológico y sostenible. Y teletrabajar como poco lunes y viernes para no tener que ir tanto al despacho. En el campo quienes ya cada vez pueden vivir menos son los campesinos. Porque además el teletrabajo con el arar, sembrar, podar vides, pastorear ovejas u ordeñar vacas no se lleva muy bien.
La UE en un deriva desbocada y que tiene su base y razón en que los «amantes» de la Naturaleza y preservadores de la Tierra son quienes la ven por televisión (o visitan la postal los fines de semana) y tienen como suelo y paisaje el asfalto, el cemento y el metal, han logrado imponer sus delirios, ignorancias, soberbia y prejuicios de los extremismos «verdes» que de verdes y vida no tienen nada, a quienes en realidad son quienes cuidan y mantienen el territorio y lo mantienen vivo y en producción.
A las normativas impuestas para podar una rama, criar un ternero, plantar una cepa o sembrar un maizal se suman que los costes de producción, desde combustible a abono y recolección, en subida constante y acelerada, y ello concluye, al estar congelados los precios en origen, en que el coste para producirlos sea más costoso por lo que le pagan al productor por ello.
Y como puntilla, a la ristra de prohibiciones y normas que se imponen al agricultor y ganadero europeo se añade la perversión final. El embudo que a ellos se les aplica no rige para los productos que provienen de otros lugares. Los que se importan de África, de Asia, de América o de Oceanía, no tienen que someterse a ellas y eso les otorga una situación privilegiada y les permite una competencia desleal contra la que los autóctonos están perdidos. Así que aplastamos nuestra producción al encarecerla de tal forma y primamos y consumimos lo que importamos, al no estar ellos sometidos a tales condicionamientos y controles.
Esa es la razón de fondo, aunque se haya querido fijar la atención mediática en las hojas del rábano y no en la raíz, y lo que está provocando el estallido del campo. Con un añadido, la incomprensión y el desprecio, no solo de los poderes ejecutivos sino también de los mediáticos más abducidos que ninguno de ideología y sectarismo ambientalista, y cuya mirada queda encuadrada en la plañidera, soberbia, sobrada e insultante expresión de la España Vaciada.