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Al bate y sin guanteZoé Valdés

Badinter

La pérdida de su padre trazó el verdadero sentido de su vida, el de su trayectoria de trabajo en dependencia del sentido de su existencia

Falleció con 95 años Robert Badinter, jurista, ensayista, y político francés, a quien conocí a finales de los años noventa; fui invitada por él a intervenir acerca de la pena de muerte en Francia (él) y en Cuba (yo), luego lo volví a encontrar en distintas ocasiones, como muestran estas imágenes en la Casa Museo de Víctor Hugo en el Marais (https://zoevaldes.net/2012/12/01/iluminacion-de-la-casa-de-victor-hugo-en-paris/).

Seguramente saben que Badinter fue el letrado que, siendo ministro de Justicia bajo el gobierno de François Mitterrand, el 30 de septiembre de 1981, tras un largo e intenso combate por el tema que más le interesaba, anunció la reinserción de los presos y la abolición de la pena de muerte en Francia. Fue, sí, un socialista con sentimientos e ideas, justas y no, además a veces muy equivocadas, con enormes defectos como él mismo lo señalaba, como cuando gestionaba el refugio de los asesinos de ETA en Francia desde su bufete en París, o cuando legalizó las relaciones homosexuales a edades tempranas, como mismo estaban ya legalizadas con los heterosexuales, o sea «trabajó por la supresión de las disposiciones legales penalizadoras de las relaciones homosexuales con menores para edades donde las relaciones heterosexuales eran legales».

Estaba casado en segundas nupcias con la célebre historiadora, filósofa, mujer de negocios, y feminista, Elizabeth Badinter; ambos muy célebres en la época mitterrandista, aparecían constantemente en los debates televisivos de altísimo nivel, los que gracias a Dios todavía existen. Juntos y por separado firmaron libros y artículos de prensa de éxito y de recomendada lectura, que impactaron en la sociedad gala.

Sin embargo, pese a semejante pedigrí, su posición anticastrista no me sorprendió, realmente se interesaba por los presos políticos cubanos, pues no podía entender por qué el castrismo se afanaba con rigor criminal en cumplir siempre que podía con la implementación de la pena de muerte mediante fusilamiento; pienso que por fin lo entendió cuando al preguntármelo se lo expliqué de forma sencilla: «Son comunistas y odian a la gente que piensa distinto». Quedó reflexivo un rato, luego asintió, aunque sólo musitó: «Evidémment…» Doy fe de que no estaba tarareando la canción de France Gall.

Fue muy sensible a las ejecuciones de tres jóvenes negros en la isla el 11 de abril del 2003, tras los trágicos sucesos conocidos como la Primavera Negra en los que numerosos opositores fueron apresados y condenados a largas penas carcelarias.

En un memorable y póstumo recordatorio de la figura de Robert Badinter en la cadena CNews, el político Philippe de Villiers, líder de la derecha euroescéptica, candidato a la presidencia en el 2007 por su Movimiento por Francia, afirmó algo muy puntual y cierto acerca del personaje, y de lo que también yo puedo testificar, para eso escribo este artículo: «El hombre era de un comercio agradable… gran jurista, gran profesor de derecho, gran penalista… Robert Badinter respetó a aquellos que tenían convicciones contrarias a las suyas»… Y continuó: «Hay que reconocerle la coherencia, era muy hostil al wokismo, sin tolerancia alguna, y a la eutanasia… Como político lo combatí, sobre todo por la cuestión de la pena de muerte… Un día le dije, usted es un adversario de calidad…». Hace años confirmó a Villiers que él estaba por el derecho a la vida en todas sus infinitas posibilidades ( https://www.youtube.com/watch?v=28SeP-f6itQ ).

Badinter procedía de una familia judía de Besarabia, entonces, durante la ocupación nazi, su padre fue perseguido, atrapado, detenido, deportado y gaseado en el campo de exterminio de Sobibor. La pérdida de su padre trazó el verdadero sentido de su vida, el de su trayectoria de trabajo en dependencia del sentido de su existencia. Una pena que desaparezca en medio de esta nefasta actualidad en la que el odio antisemita de los islamoizquierdistas prime por encima del humanismo al que él se consagró, y que su partida ocurra sin que pueda ver el resultado del combate que llevamos los que defienden la vida, la decencia y la verdad.