Krasnaia Armiá jamalá jamalá
El futuro General en Jefe, Guillem G.F.L. Gravinós, ha solicitado a la Generalidad más recursos económicos para comprar unos cuantos carros de combate de segunda mano. Lo que no ha encontrado todavía es a patriotas catalanes que deseen ocuparlos
Me apasionó en mi juventud el Coro del Ejército Rojo, creado y dirigido por Boris Alexandrov. En España se vendían sus discos sin ningún problema. Guardo sus vinilos de 33 rpm. Derribado el Muro de Berlín y desaparecida la Unión Soviética, el Coro pasó a denominarse Coro del Ejército Ruso, y ahí sigue, grandioso, sin Boris Alexandrov, que falleció.
Ignoro si Argelia cuenta con un coro y orquesta militar. En España tenemos magníficos coros militares, como el de la Guardia Real. Asistí con Jorge Berlanga al concierto de la Guardia Municipal de Reikiavik, en la Capital de Islandia. No entendíamos nada, pero los islandeses se reían mucho, y aplaudimos entusiasmados al final del concierto, entre otros motivos, porque lo malo, si es breve, siempre es buenísimo. Me extraña que Puigdemont no haya reparado en la guardia municipal de Reikiavik para integrarla en su meditada ofensiva militar contra el resto de España.
A Puigdemont, que vive en Waterloo de gorra de los españoles, le ofrecieron sus amigos rusos 10.000 soldados. Ninguno de ellos componente del magistral conjunto coral. Posteriormente hemos sabido que existieron contactos con Argelia para reforzar al Ejército de Liberación Catalán con tropas de aquel país tan desconcertante. Sucede que los rusos y los argelinos –descartados los municipales islandeses– se interesaron por la estructura militar de los ejércitos catalanes, y no obtuvieron informaciones precisas. Los 10.000 soldados rusos y los refuerzos argelinos consideraron que no merecía la pena jugarse el tipo y la vida liberando el territorio separatista catalán sin catalanes dispuestos al combate. Y por ahora, no han cambiado de opinión. Un general ruso ha sido concluyente: «No merece la pena luchar contra España si no hay soldados catalanes preparados para combatir por la independencia». Y lógicamente, los argelinos, han optado por el silencio aguardando tiempos mejores. Porque a los argelinos, como a los rusos, en el fondo, muy en el fondo, la independencia de Cataluña les importa un cuesco de colibrí.
Hasta el momento en que escribo, el Ejército de Liberación de Cataluña está en los inicios de su creación. Cuentan con los Mozos de Escuadra –menos de la mitad de ellos–, fuerza policial fundada por el Rey Felipe V, que no es el preferido de nuestros hermanos del nordeste. El futuro General en Jefe, Guillem G.F.L. Gravinós, ha solicitado a la Generalidad más recursos económicos para comprar unos cuantos carros de combate de segunda mano. Lo que no ha encontrado todavía es a patriotas catalanes que deseen ocupar los carros de combate de segunda mano, que resultan –y en ese aspecto hay que darles la razón a los patriotas– muy incómodos por la estrechez de sus interiores. El General en Jefe, Guillem G.F.L. Gravinós, se apellida en realidad, según el Registro Civil, Guillermo García Fernández López Gravinós, y Puigdemont le ha solicitado que convierta sus apellidos españoles en meras iniciales. Y ahí sí, el General en Jefe ha acatado la orden del amnistiado sin amnistiar con la disciplina propia de los soldados de Cataluña. Sucede, que un Ejército con General Jefe y sin soldados, carece de posibilidades de triunfo bélico, y si los 10.000 soldados rusos deciden quedarse en Rusia, y los refuerzos argelinos mantener en su mirada la bella imagen de los dromedarios sobre las dunas en los atardeceres del desierto, un General en Jefe, aunque sea don Guillem G.F.L. Gravinós, poco puede hacer. Porque el independentismo catalán no es de campo de batalla, ni de trincheras incómodas, sino de despachos. Si los independentistas catalanes que se quieren independizar de España desde los despachos decidieran ponerse el uniforme, el casco y calzar las botas reglamentarias, reunirían, como poco, a cien mil soldados. Pero como Arzallus repitió en más de una ocasión, a los separatistas catalanes el uso de las armas les da bastante susto, y prefieren el cobijo de los despachos para sacar al Gobierno español el dinero de los españoles y poder, de esta manera, mantener el tinglado de la imposible y beneficiosa independencia dependiente del Reino de España.
Sin la «Krasnaiá Armiá» y el «jamalá jamalá», no hay tutía. Sólo queda pendiente de decisión de la Guardia Municipal de Reikiavik.
Con ella, se puede armar la gorda.