La borrasca de Pachi
La vergonzosa diferencia de fuerza era consecuencia de una decisión del ministro Marlasca –y de más arriba– de desmantelar el servicio contra el tráfico de drogas en aquel punto conflictivo
A don Javier de Ybarra se lo llevaron de su casa un grupo de terroristas de la ETA. Es probable que alguno de sus secuestradores ocupe en la actualidad un escaño parlamentario para apoyar al Gobierno de Sánchez el festivo. Dos guardias civiles de cuerpo presente, y el festivo en Valladolid de fiesta y carcajadas con los titiriteros subvencionados. Don Javier, que no hizo otra cosa en su vida que el bien, alcalde de Bilbao y empresario ejemplar, se encontró con su nuevo domicilio. Una cueva en los montes vizcaínos. Los terroristas pusieron precio a su cabeza. Quinientos millones de pesetas. No pudo reunirlos su familia. Y una mañana lluviosa, los etarras permitieron después de una larga y mortificante temporada en la cueva, que don Javier diera unos pasos en el exterior, sobre un claro, una braña entre robles y hayas. Llovía con fuerza, y los terroristas, después de inmortalizar con unas fotografías su gesto de serena angustia y sufrimiento, le dispararon a la nuca y lo asesinaron. Según Pachi López, lo más probable es que hubiera sido la lluvia la responsable del crimen.
Lo contrario que a don Miguel Ángel Blanco, concejal del Partido Popular en Ermua. «Chapote» y sus compañeros le secuestraron en el andén de la estación. Y también se lo llevaron a un escondite en los montes inmediatos de Ermua –la yerma– y Eíbar. El precio que pusieron por su vida no era económico. Exigieron que en 24 horas fueran liberados por el Estado unos terroristas juzgados y condenados. Corría el mes de julio, y el calor del viento sur quemaba la piel. «Chapote» disparó contra su cabeza y lo dejaron malherido. Todavía respiraba cuando encontraron su cuerpo. Según Pachi López, lo más probable es que el sol ardiente hubiera sido el responsable del crimen.
En Barbate, superado el estrecho de Gibraltar, localidad marinera cuyos pescadores se consideran maestros en el arte de las almadrabas, cerca de la inmensa playa ventosa de Zahara de los Atunes, a bordo de una inservible «zodiac» de tres metros de eslora, los guardias civiles fueron repetidamente abordados por unas lanchas de quince metros, con potentísimos motores, tripuladas por narcotraficantes. Dos de los guardias civiles fallecieron asesinados y un tercero quedó mutilado. La vergonzosa diferencia de fuerza era consecuencia de una decisión del ministro Marlasca –y de más arriba– de desmantelar el servicio contra el tráfico de drogas en aquel punto conflictivo. Pero la causa de la muerte de nuestros héroes y de las heridas de sus compañeros, según Pachi López, se debió «a circunstancias muy especiales debidas a una tormenta». Es lógica su declaración. No son los etarras ni los narcotraficantes los responsables de los asesinatos. Es la meteorología, el inesperado capricho de la naturaleza. De no haber recalado el vendaval tormentoso, los encantadores narcotraficantes no habrían arremetido con sus poderosas lanchas la «zodiac» marlasqueña, el piraucho, con el que la Guardia Civil, después de reducir hasta el máximo sus efectivos por orden de Marlasca –que incumplió según el fiscal general su obligación de informar de tal reducción a la fiscalía–, no estaríamos los españoles, exceptuando a los socialistas festivos, los socialistas catalanes, los socialistas vascos y gallegos y demás grupos políticos de las izquierdas extremas y extremas derechas separatistas, llorando la muerte de nuestros ejemplares servidores públicos.
Servidores que morirían por salvar las vidas de los que se las arrebataron, dicho sea de paso.
Pachi López no ha dimitido ni ha sido expulsado de su cargo.
Marlasca ha anunciado que no piensa dimitir.
Terminará por ser despedido el director del Instituto nacional de Meteorología.
En esta pocilga vivimos.