Indignados o aletargados
David sabía con qué cartas le había tocado responder a su vocación de servicio por España, a la que amaba profundamente. Su asesinato ha sido el punto final de una muerte anunciada
Estamos aletargados. Bueno, estos días yo no. Les contaba el domingo pasado que uno de los guardiaciviles asesinados justo hace una semana era amigo mío (David Pérez Carracedo). La muerte, por más esperada que sea, nos afecta siempre. Mi abuelo tiene 109 años, a nadie se le escapa que en cualquier momento puede apagarse. Aun así, cuando ocurra lloraré su pérdida.
Lo que le ha sucedido a David ha sido algo completamente distinto, no hace falta entrar en detalles que ustedes ya conocen. Ya saben de la negligencia buscada de sus superiores, ya saben de la crueldad de los asesinos y los espectadores. El desgarro, sin embargo, no proviene únicamente de estas causas. David sabía con qué cartas le había tocado responder a su vocación de servicio por España, a la que amaba profundamente. Su asesinato ha sido el punto final de una muerte anunciada.
Uno de los sentimientos que más me torturan es sentir que ha sido en vano. El doble crimen del pasado viernes es uno más de los episodios que nos inflige este gobierno casi a diario. Nos encontramos ya entumecidos ante la iniquidad desbordante de nuestros políticos (unos por acción, otros por omisión).
¿Cuál suele ser la reacción ante este panorama? Casi ninguna buena: el letargo, la indignación perpetua o la necesidad de desconectar de la realidad política. Les confieso que estoy ahora mismo en la tercera. Si no desisto y me dedico a otra cosa es por el ejemplo que nos dio David y el de su viuda que, en mitad del dolor más grande, supo poner en su sitio a Marlaska. David, a pesar de ser consciente de lo precario de su situación laboral –y de cuáles eran los motivos últimos que ponían a sus compañeros y a él en esa tesitura– seguía haciendo bien su trabajo. Volvía a casa siempre con una sonrisa de oreja a oreja, feliz de abrazar a su mujer y a sus hijos, a quienes adoraba. Vivía por y para ellos tres. Es en esa actitud vital en donde podemos encontrar la fuerza y el ejemplo para no acabar insensibilizados o para no darnos por vencidos. No me extrañó en absoluto que su viuda le negara a Marlaska imponer a David su condecoración póstuma. Aristóteles nos cuenta en «Ética a Nicómaco» que las virtudes se adquieren por repetición de hábitos. A alguien que, junto a su marido, se ha empeñado cada día en ser mejor persona, en tener dignidad y sentido de la justicia, le nace de forma natural una reacción así.
Lo malo es que en breve olvidaremos lo sucedido. No me ocurrirá a mí; no por ser una persona especialmente virtuosa, sino por mis circunstancias personales. Sí les reconozco que llega un momento en que la mente, el corazón y la memoria no dan más de sí. Y, mientras tanto -en el plano de lo político-social- a Jennifer Hermoso se la convirtió en heroína mundial. Mientras tanto, mucha gente aplaude la canción «Zorra» de Eurovisión. Mientras tanto, tenemos a Pedro Sánchez y a «la gente de la cultura» disfrutando del aquelarre de los Goya; en realidad, me alegro de que no se acordaran de Miguel Ángel y de David, sé que a este último le habría sentado como una patada en el estómago que lo nombraran. En todo caso, a Sánchez hay que comprenderlo; no puede poner en evidencia que, sin prisa pero sin pausa, no sólo se está cargando el Estado de derecho: está convirtiendo España en un narcoestado empobrecido compuesto en su mayor parte de masas cretinizadas. Que el ejemplo de vida que nos dio David nos ayude a no caer en la desesperanza. Descansa en paz, amigo.