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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Galicia no puede entregarse a una Otegi con pendientes

El desastre gallego y nacional sería inmenso si otro separatismo se suma al de Cataluña y el País Vasco

Galicia es un antídoto contra el separatismo que demuestra algo grande de España: su riqueza cultural, histórica y lingüística no es, como sostienen las acémilas excluyentes, una prueba de la coexistencia forzada de varias naciones sin Estado; sino la demostración de que vivimos en una de las naciones más antiguas del mundo, con lo que eso supone de fondo de armario para un mismo traje.

En Galicia son muy gallegos pero también «mucho españoles», que diría Rajoy, y por ello desmontan el discurso xenófobo e insolidario de quienes se inventan una historia de ciencia ficción para edificar sobre ella un proyecto de ruptura y ablación de una parte de su propia identidad.

Todo lo que Galicia le da a España, sin levantar la voz nunca, con ese sentidiño que hace de los gallegos criaturas adorables y discretas, se lo puede quitar si cae en las garras del fundamentalismo de Ana Pontón, que es Otegi con pendientes disfrazada de Yolanda Díaz.

Es decir, lo peor del mercado electoral: una mezcla del líder de Bildu, con el que comparte candidatura europea y afán de borrar toda huella española en su comunidad; y de la jefa de Sumar, la patán que pretende imponer en España unas políticas económicas confiscatorias y nacionalizadoras propias de los quinquenales planes soviéticos.

A ese respecto no hay que engañarse, por mucho que los ademanes de Pontón sean más de filloa que de caldo gallego, con su potente unto, sus ácidos grelos y esos chorizos ahumados que se instalan en el cielo del paladar y no se mueven en tres días: la candidata del BNG es otro puñal contra la cohesión de España, que es condición sine qua non para que subsistan los valores de la solidaridad, la libertad y la igualdad.

Entre todos los males que Sánchez ha esparcido hay uno que se comenta poco pero es decisivo: muchos españoles de cualquier región pueden pensar, con algo de razón, que la única manera de que les hagan caso es abonarse al nacionalismo en sus distintas versiones, viendo el rédito en todos los órdenes que de ello sacan las marcas cantonales en el País Vasco, Cataluña y, ya también, Navarra.

Porque Sánchez premia la insolidaridad y castiga la lealtad, alfombra a Puigdemont y acosa a Ayuso, desprecia a Moreno y homenajea a Otegi, lanzando el perverso mensaje de que la prosperidad puede depender de meterse en esa charca fétida que es el soberanismo de la amenaza, la negociación y la voladura controlada.

Con un presidente que amnistía a los delincuentes y persigue a los jueces, cabe la tentación de pensar, con la nariz tapada, que es mejor Pontón que Rueda, con Besteiro humillando su apellido y aceptando ser una triste muleta de la Batasuna gallega perfumada.

Pero eso sería un gran error: el troceamiento de España solo entrega beneficios efímeros a las partes más extorsionadoras, pero al corto plazo produce hambre, miseria y decepción. Y si alguien sabe de eso son los gallegos, que ya lo dijo Rosalía:

«Tengo miedo de una cosa que vive y que no se ve. Tengo miedo a la desgracia traidora que viene, y que nunca se sabe dónde viene».