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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Gobierno de 'tifosi'

Nadie en la Secta-Sánchez debe perder el tiempo en divagaciones morales o políticas. Hay que «saber cuál es la camiseta de tu equipo»

La recuerdo en la noche calurosa del 23 de julio. Hace menos de un año. Demasiado mayor para pegar aquellos botes que pegaba, brazos en alto, a la mayor gloria del paradójico triunfo del jefe. Hay edades a las que ciertas exhibiciones conviene hacerlas a puerta cerrada y con la luz extinta. No era siquiera hilarante. Daba pena. Pena de su ridículo, por supuesto. Pena también de quienes habíamos visto nuestros impuestos en sus manos y atisbábamos que nada iba a curar esa podredumbre.

Me ha vuelto inesperadamente la vaharada de la sudorosa danza del 23 de julio, al leer esta mañana la prensa. Al menos, la fea imagen de entonces no turbó mi desayuno. Son, esta vez, sólo palabras las que leo. Salidas de la misma cabeza, eso sí. Siempre ministra. Vicepresidente ahora, tras la decapitación de la dulce peronista que cayó en desgracia. Palabras sólo. Hieren menos a la vista. Pero dicen lo mismo. No, miento: dicen más clara la obscenidad de entonces.

Cito. Vicepresidente. Ministra de los caudales públicos. Vicedeidad, con trono a la diestra del Único Sánchez. Dando la doctrina canónica de la secta que oficia el culto de Moncloa. A través de los altavoces oficiales, la secta está advirtiendo al minúsculo disidente Page. Aquí tienes, muchacho, la ortodoxia, sin reverencia a la cual habrás de ser aniquilado. Y no, no es el tono de una doctrina sólo. Es la arremetida ciega que conviene a los barbaros fuera de control en los campo de fútbol: a ésos a quienes dieron en Italia nombre, pronto universalizado, de tifosi (cuya falsa etimología, evocatoria del «tifus» febril, desplazó a la etimología auténtica, la que remite el typhos griego, la humareda que levantaban las hogueras festivas de los vencedores en los juegos). En español y con mayor benevolencia, los llamamos hinchas. Su magnificación es, sin embargo, anglosajona: hooligans, esos vándalos que a ninguna razón juzgan conveniente plegarse y exhiben sólo los arrebatos viscerales de hormonas, estandartes, colores, camisetas. Y arrasan todo a su paso. La marabunta.

Escuchemos a María Jesús Montero, vicepresidente y ministra de hacienda de Pedro Sánchez, emitir para el atrincherado ejército de sus forofos. Y avisar al «incomprensible» Page de lo que espera a todo aquel que ponga pie en las tinieblas exteriores:

«Uno tiene que saber cuál es la camiseta de su equipo… Uno se alegra de que su marca, su equipo, coseche buenos resultados en los territorios y, por tanto, todos los socialistas nos alegramos cuando un presidente autonómico gana con las siglas del PSOE y todos nos disgustamos cuando no es ésa la realidad».

Está claro, ¿no? Y es una gran ventaja que la dueña de la hacienda pública, vicedueña del Gobierno, haya, al fin, decidido dinamitar los eufemismos. Y, sí, tiene razón: el PSOE ha completado ya su metamorfosis. Nada queda en él de lo que fue. Y, sí, tiene razón: a las elecciones concurre ya, sin ambigüedad alguna, no un partido, con lo que de funcional y burocrático un partido tiene; compiten, dice ella y acierta, «unas siglas», que publicitan, en el mercado de los cargos oficiales, «una marca, un equipo». Nadie en la Secta-Sánchez debe perder el tiempo en divagaciones morales o políticas. A nadie debe retenerlo criterio alguno de racionalidad nacional o de interés de Estado. Hay que «saber cuál es la camiseta de tu equipo». Póntela, querido hooligan. Llévate por delante a quien pretenda respetar reglas de un juego en el cual las reglas fueron abolidas. «Alégrate» cuando ganamos: eso te garantiza el sueldo. A ti, como a la saltarina vicedueña en el vértice de la pirámide. «Disgústate» cuando no ganamos: nuestro sueldo está en riesgo.

No, no son políticos. No, al menos, lo que se llamó políticos en tiempos menos mugrientos. Son tifosi. Dispuestos a cualquier cosa –a cualquiera, sin excepción– por salvar la camiseta. Ascenderán a hooligans. Si no se lo impedimos.