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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Zapatero en la playa de los ahogados

Como en la obra de Villar, un pueblo marinero y sabio como el gallego esconde el secreto oscuro de cuatro cadáveres que, aunque ellos no lo saben, ya están muy muertos. Eso sí, todavía tienen capacidad para hacer mucho daño

Como en la mágica novela del llorado Domingo Villar, Galicia fue este fin de semana la playa de los ahogados, la tumba electoral de cuatro seres tóxicos, crecidos y multiplicados, en un país que de vez en cuando pasa a limpio sus errores. El domingo fue la mejor ocasión para esa catarsis. El primero de ellos es Zapatero, volcado en la campaña gallega para denostar al PP, pero que ha recibido un varapalo de los que cualquier persona decente no se recuperaría. El diputado gris que llegó al poder aprovechando la conmoción del mayor atentado terrorista en Europa, sembró de insultos la campaña del 18-F, agravios dirigidos contra Feijóo y Rueda, para los que vaticinó la muerte política. Recordaba este ZP de sonrisas falsas y discursos cursis –pero ni un buen hecho–, al falaz presidente que durante sus dos mandatos se esforzó en cavar trincheras e incitar a los españoles al enfrentamiento, mientras blanqueaba a todos los maleantes que trabajaban para acabar con España.

Cuando la crisis económica se llevó por delante su gestión dilapidadora, se conjuró para que su obra inacabada tuviera un corolario digno de la pésima causa que él representa. Para ello, dividió sus objetivos: por un lado, ayudó a construir una izquierda más extrema, con resabios plurinacionales –Podemos–, para lo que encontró al ser más ventajista y carente de escrúpulos de Europa del sur, Pablo Iglesias, que, venganza poética, ha resultado ser el segundo cadáver varado este domingo en la costa da Morte. Tanto es así, que esta criatura zapateril, jubilada en su dacha de Galapagar, pero conspirando contra el bien a tiempo completo, ha obtenido menos votos en Galicia que el Pacma; dato que no choca, pues se empeñó en convertir a los animales en humanos, y los humanos de nacimiento le han obsequiado con una peineta en las urnas para que utilice la cabeza para algo útil.

Eso sí, puede estar satisfecho porque hay otra alumna suya –a la que odia– que tampoco ha salido tan lista como sus seres sintientes, cuyo testarazo personal le hace más dulce su propio batacazo. Es Yolanda Díaz, a la que ungió con su dedo de macho-alfa y que ha obtenido cero escaños patateros. Se dice de ella que todavía está buscando votos entre los pélets que le colocaron en la playa para hacerse una foto de mercadotecnia electoral. Una fracasada que se dejó 600.000 votos el 23 de julio y que ha obtenido 300 papeletas en su propio pueblo, Fene, en el que ejercieron el voto 7.000 electores –lo que deja claro que 6.700 de sus paisanos no compran la mercancía cursi y vacua de Súperyol.

Tanto la conocían en su tierra que ha obtenido siniestro total y dicen que ya prepara una nave para marchar allende la tierra y hacer compañía a los ricos que pueblan la estratosfera, según nos informó la mismísima Yoli. Ella es la marca blanca del individuo que encabeza este cuarteto de la muerte, Pedro Sánchez, el segundo hijo putativo de Zapatero, tras Iglesias. De ZP, Pedro ha aprendido a ser el mejor amigo de las dictaduras caribeñas, a encamarse con separatistas y bilduetarras, y es el mismo que le ha susurrado a oído que cuando deje a España para el arrastre se convertirá en el líder de una izquierda internacional antijudía, al estilo de lo que intentó ZP con la Alianza de Civilizaciones; hay que recordar que lo hacía mientras algunos de sus interlocutores, con los que se sentaba a la mesa, patrocinaban atentados islamistas que asesinaban en nuestro propio continente. Este era el jaez del hombre de la zeja.

Zapatero, como Sánchez, jamás deberían haber llegado a ser presidentes. Ambos eran diputados que sesteaban en sus grupos parlamentarios por su escasa brillantez y preparación, pero que la fatalidad que acompaña a nuestra Historia colocó en la cúspide del Estado. El primero aprovechándose de la psicosis por el asesinato en unos trenes de 192 inocentes y el segundo, gracias a una moción de censura muñida en el despacho de un juez para cargarse a Mariano Rajoy.

Ahora, como en la obra de Villar, un pueblo marinero y sabio como el gallego esconde el secreto oscuro de cuatro cadáveres que, aunque ellos no lo saben, ya están muy muertos. Eso sí, todavía tienen capacidad para hacer mucho daño.