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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Koldo-Ábalos… Le Carré en Moncloa

Vean, en el vídeo correspondiente, el gesto de teatral escándalo de Pedro Sánchez y tendrán la respuesta.

Como en una novela del mejor John Le Carré, el profesor de lengua de un discreto colegio privado llega tarde a su clase en Dover. Tres horas después, un contable amanece ahogado en su bañera de Hong-Kong. Al cabo de tres días, a cierto desconocido tiranuelo del Asia sovietizada lo derroca su jefe de inteligencia, titular de una cuenta encriptada en las islas Turks and Caicos. Y nada pasa.

Exactamente así de maravillosamente matemático ha sido el juego de carambolas –todavía en sus primeros rebotes–, al atisbo de cuya belleza asistimos, como a través de una grieta en el muro de la Moncloa. Fascinados. El alter ego de José Luis Ábalos –su guardaespaldas y luego gerifalte de Renfe, Koldo García– ha sido detenido y acusado de corrupción en el más fangoso delito de la España reciente: el que trocó cadáveres en negocio de mascarillas durante los tiempos horribles de la pandemia.

Como en una novela del mejor John Le Carré, tendrá el lector que atisbar, a lo largo de trescientas o cuatrocientas páginas, en qué modo se han anudado los tenues hilos que hacen que nada en ningún lugar suceda que no esté causalmente conectado en esa red inextricable que une maldad, riqueza y dominio en tiempo y lugares distantes. Se llama poder. También, a veces, familia.

Koldo García era alguien en esa red. Para el presidente Pedro Sánchez, cito, era nada menos que «uno de los gigantes de la militancia [socialista] en las tierras navarras…, un guerrillero de grandes dimensiones físicas y corazón comprometido… un inagotable aizkolari contra las injusticias, un ejemplo para la militancia».

Y ejemplo, sí, debió de serlo. Lo fue. En la seca descripción de Isabel Díaz Ayuso: ejemplo de «un portero de prostíbulo que acaba como asesor de un ministro, lo normal, el paso habitual». El normal modo en el que un versallesco segurata de discoteca pasa a ser el hombre que pone a buen recaudo las venezolanas maletas de Delcy en Barajas; el hombre que susurra negocios al oído de la Francina Armengol que hoy preside el Parlamento; el hombre a quien el más íntimo ministro de Sánchez encarga los trabajos más delicados, los que deben quedar siempre en la sombra; el que paga –siempre con sobres en metálico– los gastos de todo tipo –mayormente, suntuarios–, a los que el ministro de humilde origen se aficiona con una gula atrasada que escandaliza a sus propios conmilitones… El que lo sabe todo, acerca de todo lo que no debe saberse. ¿Cómo no iba a llevarse su lote equitativo en el reparto? ¡Seamos serios!

Como en una novela del mejor John Le Carré, José Luis Ábalos pasa las noches previas al 12 de julio de 2021, pergeñando con Pedro Sánchez los nombres del nuevo Gobierno. Por la mañana, el presidente hace pública la lista de sus ministros. Ábalos, al borde del síncope, constata que él ha sido eliminado. Ruge. Como suele hacerlo. Ninguna explicación. Dos años y siete meses más tarde, una descortés periodista pregunta, en Rabat, al presidente si no habrá tenido que ver nada esto que se hace público ahora con la enigmática destitución de entonces. Vean, en el vídeo correspondiente, el gesto de teatral escándalo de Pedro Sánchez y tendrán la respuesta.

Y, como en una novela del mejor John Le Carré, anteayer El Debate hacía público el enriquecimiento del padre del señor presidente del Gobierno de España, gracias a la filantrópica venta de mascarillas. Y nada pasa. Absolutamente nada. Nada.

Como en una novela del mejor John Le Carré.