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GaleanaEdurne Uriarte

«Dimita, señor Rajoy. Su tiempo acabó»

Si esos argumentos fueron democráticamente válidos para echar a un Gobierno surgido de las urnas, deben obligar ahora a dimitir a sus autores

«Dimita, señor Rajoy. Su tiempo acabó», o «Dimita, señor Rajoy, y todo terminará», le dijo Sánchez a Rajoy en 2018, en su discurso de la moción de censura. Un discurso que ahora le acorrala brutalmente a él mismo. Si aquella sentencia de la Gürtel, que no implicaba a Rajoy ni a ninguno de sus ministros, fue usada por el PSOE para echar al PP del Gobierno, este caso de corrupción socialista que sí implica al menos a dos de sus ministros pone a Sánchez en una situación insostenible. Y se suma a la sentencia de los ERE y al caso Berni, de los que consiguió desentenderse ante la opinión pública.

Pero aún más, los dos protagonistas socialistas de aquella moción de censura fueron Sánchez y Ábalos, uno como candidato y el otro como portavoz socialista, y ambos en el centro ahora de un gravísimo caso de corrupción que afecta de lleno al Gobierno. Por menos de eso dimitió el primer ministro portugués, Antonio Costa, en noviembre del año pasado, sin que hubiera aún sentencia sobre el caso que afectaba a hombres de su confianza. El problema de Sánchez, como el de Ábalos, es que sus discursos de 2018 les obligan a la dimisión. Si es que tuvieran un mínimo de dignidad, o si nuestra democracia fuera consecuente con sus actos. En este caso, nada más y nada menos que el acto de desalojar a un Gobierno surgido de las urnas con el argumento de que el caso de corrupción que afectaba a su partido debilitaba nuestra democracia. No lo olvidemos, Sánchez llegó al poder sin pasar por las urnas y con el argumento de que lo hacia contra la corrupción.

Entonces, Sánchez le dijo a Rajoy que «su Gobierno está manchado por la corrupción», que «la corrupción es disolvente y profundamente nociva para cualquier país», o que «no hay mayor inestabilidad que la que emana de la corrupción, porque se normaliza la corrupción, fingiendo que aquí no ha pasado nada». Y entonces, Sánchez exigió la dimisión de Rajoy, y le preguntó: «¿O va a continuar aferrado al cargo debilitando la democracia y debilitando y devaluando la calidad institucional de la Presidencia del Gobierno?». Y Ábalos, el amigo de Koldo que sigue aferrado a su escaño, dijo desde la tribuna del Congreso: «Esta moción de censura tiene que ver con la dignidad, con la defensa de los principios democráticos».

Si esos argumentos fueron democráticamente válidos para echar a un Gobierno surgido de las urnas, deben obligar ahora a dimitir a sus autores. Y, ciertamente, deberían obligar igualmente a todos los partidos que apoyaron aquella moción de censura, comenzando por el PNV, a exigir la dimisión inmediata de Pedro Sánchez. Que ninguno lo haya hecho ya demuestra que aquella moción de censura fue una gran mentira. Que nada tenía que ver con la corrupción, sino con la alianza de Sánchez con todos los separatistas para llegar al Gobierno de España y pactar todo lo que han pactado después, comenzando por los indultos para los golpistas catalanes.

Pero aquella gran mentira no libra a sus protagonistas de las contradicciones imposibles en las que están atrapados ahora. Dados sus antecedentes en mentiras e hipocresía, lo esperable es que se aferren a sus cargos, pero vivirán el resto de la legislatura acorralados por aquellos argumentos contra la corrupción con los que desalojaron de la Moncloa a un Gobierno elegido democráticamente.