El guardián de la basura
Nos haría un gran favor si nos contara por qué el hoy ministro del Gobierno, Ángel Víctor Torres y la presidenta del Congreso compraron las mascarillas con las que, presuntamente, se lucraron su asesor y los supuestos empresarios compañeros de francachelas en México
Sólo cabe preguntarse si todavía podemos caer más bajo. Y, lamentablemente, la respuesta es un rotundo sí. No sólo porque los hechos que afloran en torno al Ábalosgate son, muy probablemente, la punta del iceberg de un fango de negocios turbios pactados a altas horas de la madrugada en salas VIP de aeropuertos y resorts en el Caribe, sino también y sobre todo porque ponen en entredicho la conducta, si no ilegal –que veremos qué tienen que decir los jueces–, sí éticamente reprobable y políticamente inadmisible, de autoridades del Estado.
Ese hombre que dice tener muchas respuestas tendría que empezar por explicarnos por qué su departamento ha sido el reino del nepotismo, una forma de corrupción como cualquier otra. Bajo su mandato en Transportes, han estado colocados, cobrando del erario público, el portero de clubs de alterne que Santos Cerdán fichó para la causa de Ferraz y, en la secretaría, su señora. El hermano de Koldo encontró acomodo en las empresas públicas. Y, en la delegación del Gobierno en Madrid, halló su plaza la tercera de las esposas del ministro, de profesión policía municipal. Al director general, defenestrado tras el cese de Ábalos, lo ha rescatado María Jesús Montero para la causa de Hacienda. Desde que el juez dio la orden de proceder a las detenciones, la mujer de confianza de Pedro Sánchez debe estar en un ¡ay! Y, si seguimos tirando del hilo, aparecerán los esposos de las ministras en comisión de servicios o los amigos del presidente. Con todos mis respetos al saber hacer de cada cual, no parecen ostentar el perfil para desempeñar las funciones para las que fueron nombrados, pero, en esta España del demérito, se llega más lejos en la Administración ocupándose de los sobres de billetes de 500 y los recados inconfesables de un político que hincando los codos para sacar una oposición. Y eso se paga.
El hombre que se declara libre de corrupción para mirar a los ojos de sus hasta ahora compañeros, el de las muchas respuestas, podría darnos cuenta también de por qué, usando un poder que no tenía atribuido y contraviniendo la legalidad, impidió cumplir con su trabajo a los policías de Barajas que, de acuerdo con la normativa europea, se disponían a deportar a Delcy Rodríguez a Caracas. Hasta diez veces negó el encuentro con la mujer más poderosa de Venezuela y, tres años después, sigue sin informarnos de lo que hablaron ni del contenido de las decenas de maletas que desembarcaron del avión privado que la transportó hasta Madrid. El road show por las televisiones amigas era una buena ocasión para hacerlo. Incluso, podría contarnos por qué un expresidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, se ha convertido en el perejil de todas las salsas venezolanas, hombre de confianza de Nicolás Maduro y sus esbirros del Sebin.
Ese hombre, destrozado por la traición del amigo Pedro, pero presto a dar cumplida respuesta a las demandas de información de los ciudadanos, nos haría un gran favor si nos contara por qué el hoy ministro del Gobierno, Ángel Víctor Torres y la presidenta del Congreso compraron las mascarillas con las que, presuntamente, se lucraron su asesor y los supuestos empresarios compañeros de francachelas en México. La opinión pública podría llegar a admitir que Francina Armengol fue engañada, pero es inadmisible que no reclamara los dineros de los ciudadanos bajo su custodia hasta que no constató que perdía el gobierno balear y los que han venido detrás podrían levantarla las alfombras. Esta señora, tercera autoridad del Estado, no sólo no está a la altura de la posición institucional que ostenta –eso ya lo ha demostrado–, sino que, o aclara de forma inmediata los negocios con los chicos de Ábalos y su renuencia a exigir la restitución que le exigían los funcionarios, o no puede permanecer un minuto más en su escaño. No por ella, sino por lo que representa. No podemos caer tan bajo.