Jersey de dimisión
La señora Armengol está obligada a dimitir. Ya. Ya es tarde, pero ya. Que lo haga en español, mallorquín o en su adorado catalán, resulta irrelevante
Francina Armengol, la balear y catalanista presidente del Congreso de los Diputados, preside los plenos muy malamente vestida. El último de ellos, el de los rifirrafes «koldóbicos» y abalenses, con un jersey horroroso que sólo puede ser admitido en tres escenarios. Durante la visita a una fábrica de helados, en una breve estancia en Anchorage para hacer turismo fotográfico a los osos, o en el patio central de la prisión de mujeres de Buelna (Ávila) en el recreo vespertino. Mi informador en el Congreso me asegura que en la agenda de la señora Armengol no aparece cita alguna para visitar fábricas de helados, y menos aún para viajar a la capital de Alaska con el fin de fotografiar osos. Quizá ha adquirido ese espantoso jersey por si se diera la tercera opción, como consecuencia de las mascarillas inservibles que adquirió a sabiendas de su inutilidad cuando era la presidente de las Islas Baleares. Las principales islas Baleares, para conocimiento de Yolanda Díaz, son Mallorca, Menorca, Ibiza, Formentera, y Cabrera, y no deben confundirse –apunte, Yolanda–, con las Canarias, que son, al menos hasta la fecha, Gran Canaria, Tenerife, Fuerteventura, Lanzarote, La Palma, Gomera y Hierro, a las que hay que añadir la Graciosa y Alagranza. Francina Armengol fue, durante la pandemia y los tiempos de adquirir mascarillas inservibles, presidente de las Baleares, y el actual ministro Ángel Víctor Torres, también cliente de Koldo, presidente de Canarias. Las primeras –no se confunda, Yolanda Díaz–, se ubican en el Mediterráneo, y las segundas, en el océano Atlántico, que luego, con los algoritmos vienen las confusiones y nuestra comunista gallega se bloquea.
Francina Armengol, la gran enemiga del idioma español en sus islas, compró una partida de carísimas mascarillas al empresario «Koldo», a su vez, subalterno de Ábalos, y éste, ministro de plena confianza y amigo personal de Sánchez. Ella sabía que había comprado una chapuza, y ordenó que, sin desempaquetar, fueran depositadas en un almacén de productos inservibles. Por ello, y como bien se explica y se aclara en el editorial de El Debate de hoy –cuando escribo–, 29 de febrero, la señora Armengol, dirigente que alimentó la trama corrupta e hizo todo lo posible para ocultarlo, no puede ser la tercera autoridad del Estado, del mismo modo que otros compradores de mascarillas cuchufletas, como Marlasca, Illa y Torres, ya tendrían que haber dimitido y aguardar pacientemente la acción de la Justicia.
La señora Armengol, la enemiga de enseñar el español en España, fue sorprendida en pleno confinamiento a altas horas de la madrugada, quizá algo piripi, en un bar mallorquín cerrado para el resto de los ciudadanos. Y algo tiene que ver en la indolencia de algún caso de abusos en centros que dependían de su autoridad. La situación no admite otra solución que su inmediata dimisión, con jersey o sin jersey, si bien lo recomendable es que lo haga con el jersey de marras, por aquello de la estética.
Con los labios en pretemblor lloroso, y después de restar callada durante 48 horas, la señora Armengol manifestó que sentía «muchísimo asco» por el asunto «Koldo», y que ella se precipitó en la compra de las mascarillas koldianas porque estaba muy preocupada por la cantidad de fallecimientos que se registraban cada día en España. Como dicen los monteros cuando, acuciados por una necesidad en la soledad del campo, son sorprendidos por la res en momentos inapropiados para su abatimiento, «me ha entrado cuando estaba en cuclillas y con el papel en la mano».
La señora Armengol está obligada a dimitir. Ya. Ya es tarde, pero ya. Que lo haga en español, mallorquín o en su adorado catalán, resulta irrelevante. Sucede lo mismo con el jersey que se pone para presidir los plenos en el Congreso de los Diputados. Pero su permanencia en la Presidencia del Congreso, vistas las cosas y analizados los antecedentes, alcanza los espacios de la indecencia política.