Juego de damas
¿Alguien se imagina qué hubiera dicho la izquierda si la esposa de Rajoy hubiera abierto, como parece, una oficina petitoria en Moncloa para ayudar a «emprendedores» en apuros?
Quizá sea mal pensada, o no, que diría Rajoy, pero llevo 24 horas preguntándome, tras leer la información de mis compañeros José María Olmo y Agustín Marco en El Confidencial, qué rayos podía hacer la mujer de Pedro Sánchez recibiendo en plena pandemia a un par de empresarios en busca de pasta –lo lógico en su gremio–. A efectos institucionales, Begoña Gómez es una ciudadana que no tiene estatus alguno que no sea el de acompañar como pareja al jefe del Ejecutivo en el inquilinato del Palacio de la Moncloa y en los viajes oficiales. Aunque María Jesús Montero haya circunscrito esa visita a la labor de Gómez en el Instituto de Empresa, lo cierto es que quizá no sea el mejor sitio para semejante encuentro la sede del Gobierno de España. Aunque seas la mujer del César. O precisamente por eso.
El comisionista amigo de Koldo, Víctor de Aldama, que se forró vendiendo mascarillas en lo peor de la crisis sanitaria y que fue detenido hace unos días por la UCO, era muy amigo de Javier Hidalgo, consejero de Globalia y dueño con su padre de Air Europa, compañía que fue rescatada en aquellos días de infecciones y muertes por contagio. El propio Ábalos confesó anteayer que se reunió con Aldama porque ejercía de asesor de la compañía: la investigación apunta que los Hidalgo hicieron transferencias en pago por las gestiones al intermediario. Curiosamente, el dinero público –615 millones de euros– y una decena de contratos a dedo para traer por vía aérea el material médico llegaron a esa empresa aeronáutica mientras la relación de amistad de Hidalgo con Begoña se consolidaba, especialmente desde que el padre de sus hijas llegó a la segunda magistratura del Estado y todo vino rodado: fue nombrada directora del Instituto de Empresa y titular de un máster en la Complutense sobre Transformación Social Competitiva.
El medro conyugal es un nuevo valor incorporado a nuestra vida pública por una exministra de su marido, Irene Montero. En esto, el Gobierno de coalición sí fue un único destino en lo universal y compartió usos y costumbres. Pues bien, el conseguidor del caso Koldo, a la sazón presidente del Zamora Club de Fútbol, podría haber sido introducido en Moncloa por el amigo de Begoña, Javier. Estos dos empresarios se habían inventado por entonces un negocio de telemedicinas, es decir, una especie de Glovo que traía los fármacos a casa. La Agencia del Medicamento tumbó la iniciativa empresarial, a pesar de que se pidió ayuda de Begoña para que desbloqueara los obstáculos legales. Si hizo las gestiones, no llegaron a buen puerto.
De Begoña Gómez, que no se pierde ni una manifestación feminista –y menos la del 8 de marzo de 2020 cuando ya la covid mataba y su marido lo sabía– sabemos poco. Se deja ver en algunos saraos de campanillas y expectación internacional acompañando a su esposo, asiste a los desfiles de sus modistos preferidos y acompaña a Sánchez en algunos viajes oficiales en Falcon, que aprovecha para hacer shopping. Hasta aquí nada ilegal. Es más, la comunicación de Moncloa habla siempre de ella como «una persona muy discreta». Pero no responde a esa propaganda, sobre todo si se le compara con la mujer de Mariano Rajoy, Elvira Fernández, ella sí una mujer que jamás busco los focos y predicó con su ejemplaridad. La pareja de Pedro le ha acompañado en varios deslices protocolarios en los que ambos han buscado ser tratados como jefes de Estado, en desdoro de nuestros Reyes. Y el giro histórico en la posición de España en el Sahara también ha puesto el interés mediático sobre ella, a la espera de que su marido dé una explicación a los españoles. Por tanto, de discreta nada.
Ahora, su nombre salta a los titulares en medio de un escándalo de corrupción del partido que dirige su marido. ¿Alguien se imagina qué hubiera dicho la izquierda si la esposa de Rajoy hubiera abierto, como parece, una oficina petitoria para ayudar a «emprendedores» en apuros? Algo huele muy mal en esta trama que si es especialmente asquerosa es porque ventilaba sus negocios en uno de los peores momentos de nuestra historia, mientras éramos encerrados en casa, ilegalmente según ha dicho la justicia, y nuestros compatriotas morían a centenares.
No corren buenos tiempos para Pedro, que ayer celebraba su cumpleaños, y Begoña. A él el Supremo le acaba de anunciar que Puigdemont no es la hermanita de la caridad que, como mucho, practicó un «terrorismo bueno», así que en Waterloo están que trinan con Santos Cerdán, el gran padrino de Koldo y negociador de la amnistía. Y Begoña seguro que, visto lo visto, el próximo viernes tendrá menos ganas que otros años de dar saltitos en la manifa del 8-M. Quién nos iba a decir que el caso Koldo, con Francina Armengol también de coprotagonista con esas mascarillas falsas que tanto tardó en denunciar, ha derivado en un inquietante juego de damas.