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HorizonteRamón Pérez-Maura

Javier Hornedo

Muchas veces me preguntaba cómo se puede tener la pasión que él tiene por un trabajo en el que son tantas las veces que pierdes la batalla. Cómo conseguir establecer una relación con sus pacientes que te llevaba a tener la impresión de que éramos amigos de toda la vida. Cómo estar siempre disponible…

Esta semana ha estado plagada de cuestiones graves para la vida de los españoles. Yo hoy no quiero amargarles con ellas en este frío y lluvioso domingo en la mayor parte de España. Hoy quiero hablar de una buena noticia que se produjo el jueves y de la que los lectores de El Debate han tenido noticia puntual: el Premio a los Valores Humanos que el Foro España Cívica entregó en una brillante ceremonia en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando al doctor Javier Hornedo Muguiro.

Fueron diez los premios entregados y no voy a volver a hacer la crónica que con tanto acierto ya ha escrito en estas páginas Natalia Cristóbal. Pero sí quiero hablarles del premio a Javier Hornedo que le ha llegado después de casi medio siglo de carrera profesional y en el momento de su retirada. Javier es un oncólogo al que sus pacientes y los familiares de sus enfermos adoran por su humanidad. Humanidad que se traduce en el trato que ha dado a los enfermos que han acudido a él. Yo viví esa experiencia con mi primera mujer, Clara Isabel de Bustos. Acudimos a él después de que el primer oncólogo que la trató no fuera capaz de advertir que un nuevo bulto en el pecho que le quedaba era también un tumor cancerígeno. Javier nos atendió en su consulta, entonces en un hospital público, el 12 de Octubre. Y aún así, la visitó en casa siempre que fue necesario hasta su muerte.

Nunca olvidaré la llamada de Javier Hornedo el 20 de junio de 2002. Yo estaba en Buenos Aires y salía del hotel camino del aeropuerto para volar a Río de Janeiro cuando recibí su llamada diciéndome que teníamos que hablar. El tono evidenciaba las malas noticias. Al llegar al aeropuerto me saqué un billete a Madrid y volé de inmediato. A las 8:00 de la mañana del día siguiente estaba en España y dos horas después nos recibía el doctor que ya había organizado que esa misma mañana empezaran a radiarle el cerebro.

Durante el último año de vida de Clara, Javier Hornedo siempre tuvo tiempo para ella, en todo momento supo ayudarle a afrontar su enfermedad y a entender y ayudarle a comprender lo que le estaba pasando. Yo muchas veces me preguntaba cómo se puede tener la pasión que él tiene por un trabajo en el que son tantas las veces que pierdes la batalla. Cómo conseguir establecer una relación con sus pacientes que te llevaba a tener la impresión de que éramos amigos de toda la vida. Cómo estar siempre disponible…

Como era habitual entre los grandes médicos de España, él ha desarrollado una inagotable actividad sostenida en el humanismo cristiano. Javier Hornedo es un gigante que en su vida se aplicó un lema que en otro tiempo hubiera sido el blasón de su escudo de armas: «Sólo tengo lo que he dado».