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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Ayuso

Lo que define a Sánchez en relación con la presidenta madrileña es, por encima de su odio político, su profundo machismo

Hay algo en Ayuso que le molesta a Sánchez más allá de la política, y tiene un tufo machista presente también en el casting femenino que hace siempre en el PSOE: elige muchas mujeres, es cierto, pero a todas parece pedirles que hagan de mamachicho, con él de Jesús Gil algo más refinado y Ábalos de Imperioso.

El empoderamiento con Sánchez no consiste en tener voz y criterio propios, sino en ejercer de geishas complacientes con los deseos del sogún. Solo así puede llegar a ministra la colección de Misses que cacarean discursos al dictado, llenos siempre de referencias laudatorias al jefe y de inconexas apelaciones a los hits del momento.

Escuchar a Isabel Rodríguez, Diana Morant o Pilar Alegría sus cánticos contra la descarbonización, la transparencia, la igualdad o la paz en el mundo siempre produce un agudo alipori, solo superado cuando, a continuación, le adjudican a Sánchez el liderazgo internacional en tan heroicas misiones.

De Ayuso no soporta que le gane en Madrid, como Topuria al australiano, con una paliza en cada ring electoral a pesar de que una pelea con las manos y los pies y el otro lleva piedras en los guantes y una recua de hooligans escupiendo desde las inmediaciones del cuadrilátero.

Pero sobre todo no aguanta que esas tundas se las propine una mujer que, en lugar de ver a Pedro Sánchez cuando se cruza con él en una esquina, ve a Pedro Navaja y le tararea el estribillo: «Pedro Navaja, matón de esquina. Quien a hierro mata, a hierro termina».

El machismo sanchista es, como en todo el populismo que le impulsa, una versión mejorada del de Pablo Iglesias, a quien el líder del PSOE se ha tragado para deglutir a continuación a una especie de Nicolás Maduro con ademanes europeos: los dos no quieren mujeres cerca si no son para entregarles ramos de flores, como las azafatas de Fórmula 1 a las que, paradójicamente, les quitaron su trabajo.

Sánchez cosifica a la mujer como nadie, con una selección de personal en la que valora más cómo combinan con él mismo que cómo sintonizan con la calle, los problemas, las necesidades y las funciones de sus cargos: son el florero de su despacho y, como todas las flores, llega con que huelan bien y pongan una nota de color en la estancia.

Tal vez por eso odia a Ayuso, que tiene en el meñique más empoderamiento de ése que toda la Conseja de Ministras junta: la única que se le rebeló un poco, más por ambición que por capacidad, fue Adriana Lastra, y acabó relegada a organizar el concurso de Miss Asturias.

Ahora quiere El Icono, bautizado así por otra sumisa chillona en los Goya, comparar a Ayuso con Ábalos y las mascarillas de su hermano con las de Armengol, Illa, Marlaska y toda la banda de Koldos que alimentaron al Cártel de Medellín de la pandemia.

Pero una vez más, le ha salido el tiro por la culata: puestos a hablar de familiares, todo el mundo ha girado la vista hacia Begoña Gómez, incapaz de explicar cómo es posible que su patrocinador personal consiguiera, poco después de tratarla a cuerpo de Reina, un cheque de más de 600 millones extendido por su marido, con fondos públicos obtenidos con la legalizada confiscación del esfuerzo de autónomos, pymes, comerciantes y trabajadores por cuenta ajena.

A Sánchez le gustaría que Ayuso fuera Emma Ozores en alguna película de Pajares y Esteso, pero le ha salido Rita Hayworth en Gilda, y no para de llevarse bofetadas.