Abortos políticos franceses
Como lo político no es suficiente para el que se cree por encima del bien y del mal, ha convertido el aborto en un derecho garantizado por la Constitución
Si el palacio de la Moncloa provoca al morador un homónimo síndrome, con episodios de megalomanía y pérdidas del sentido de realidad, ¿qué no aquejará a los interinos del palacio del Elíseo? De sobra lo sabemos. Endiosamiento es una descripción sin rastro de hipérbole: se apodó «Dios» a Mitterrand. Recuerdan al personaje, ¿no? Joven activista de extrema derecha, colaboracionista luego durante la Segunda Guerra Mundial, acabaría ganando la presidencia como socialista después de reinventarse su pasado. La Résistence! O là là! Si hubiera luchado allí tanta gente como se lo ha atribuido, en Francia solo habría descendientes de resistentes. Curiosa biografía la de ese dieu de pacotilla, funcionario del Gobierno de Vichy, recibido por Pétain, amigo fiel hasta la vejez de René Bousquet, que había sido jefe de la Policía de Vichy y responsable último –según testimonios no desmentidos– de la Redada del Velódromo de Invierno, que acabaría, tras un encierro penoso, en el envío de trece mil judíos franceses a los campos de exterminio alemanes. Más de cuatro mil eran niños y fueron a parar directamente a las cámaras de gas de Auschwitz. José María Ballester Esquivias escribió en estas páginas un esclarecedor artículo sobre el peliagudo pasado de Mitterrand. Por él supe de esta vergüenza: el último día que el gran mentiroso pasó en el Elíseo, hablando con Jean D’Ormesson, atribuyó su pérdida de popularidad no a la revelación de pasajes oscuros de su pasado sino a la «influencia poderosa y nociva» del lobby judío.
El síndrome del Elíseo no se ha descrito bajo ese nombre, pero es como el de la Moncloa multiplicado por mil. No hay espacio aquí para glosar las relaciones de Giscard d’Estaing con el caníbal Bokassa. «Para mi pariente y mi amigo, el presidente vitalicio de la República Centroafricana, Jean Bedel Bokassa» –escribió Giscard a modo de dedicatoria en el «libro de oro» del caníbal en agradecimiento por los diamantes que su pariente y amigo le acababa de regalar. La protección a la ETA, que hizo de Francia un «santuario» para los terroristas, solo terminaría con la llegada de Sarkozy, hoy condenado por financiación ilegal de una campaña electoral. Una nadería para el sanchismo, por cierto, que solo ve condenable al político que roba para enriquecerse personalmente. Chirac se alió con Zapatero, Putin y el empleado de este, el entonces canciller Schröder, para que no se cortara el suministro de uranio a Irán. Esta larga introducción nos lleva hasta el pequeño Macron, acaso el más decepcionante y endiosado de los napoleoncitos que produce el síndrome del Elíseo. Como lo político no es suficiente para el que se cree por encima del bien y del mal, ha convertido el aborto en un derecho garantizado por la Constitución. Solo existe un precedente: el de la Constitución comunista yugoslava. Claro que el comunismo siempre ha sido nihilismo y desprecio a la vida humana por definición. Este nuevo vuelco francés a la civilización judeocristiana y grecorromana lo ha apoyado todo el abanico político. Todo.